La Chancha y los 58
#22 | Ariel Osvaldo Cozzoni, la Chancha, 58 goles en 152 partidos y dos títulos en el lomo. Un exponente con poco glamour de los años de gloria de Newell's, injustamente recordado por una patada.
Hablemos de Cozzoni. No era un crack. Tenía un físico pesado, parecía moverse en cámara lenta y con poca destreza atlética. Los shorcitos de los 80 y principios de los 90 lo hacían ver más culón de lo que era, también le permitían mostrarles a los defensores rivales que sus cuádriceps tenían resto para aguantar cualquier rigor. Porque ponía el cuerpo con firmeza Cozzoni, sabía hacerse lugar dentro del área por prepotencia pero sobre todo por talento. Escondía la pelota de un modo ladino, la amasaba, la pisaba, enganchaba hacia adentro en un cuadradito o la movía hacia afuera para sacar el zurdazo. También le daba con la derecha si era necesario. Jugó 154 partidos en la primera de Newell's y metió 58 goles. Era un crack.
Le decían la Chancha pero el apodo le vino de grande, se lo puso el Indio Solari cuando lo promovió a primera. En las inferiores siempre fue flaco —demasiado— y jugaba de 10 como su ídolo: Marito Zanabria. En ese puesto también metió muchos goles y los técnicos le tenían fe, más a la habilidad de sus pies que a la fortaleza de su físico. Por eso lo mandaron a hacer un tratamiento con vitaminas. Como si fuese una precuela de Messi, se dio inyecciones cada semana durante más de un año hasta que al fin cambió de cuerpo. Ahí también cambió de posición: lo empezaron a mandar arriba y ya no volvió a bajar.
Se aquerenció en el área pero su pasado como volante le permitía arrancar de atrás cuando el equipo lo requería. Eso sí, trataba de evitar el sacrificio para presionar en la salida. Ni Bielsa lo pudo hacer correr para marcar. Así y todo, jugó como titular en las finales contra Boca del 91 y fue campeón en la Bombonera, hasta pudo haber metido el gol del campeonato. Pero Lamolina se lo impidió. Sobre el final del partido hay un tiro libre en ataque para Newell’s, Llop tira el centro, despeja de cabeza un defensor de Boca, el santiagueño Roldán la vuelve a meter al área, le rebota a Soñora, Pochettino se tira al barro y puntea un pase para Cozzoni que pica desde atrás habilitado por Hrabina y queda solo mano a mano con Navarro Montoya. Justo en ese momento a Lamolina se le ocurre que está bien dar el pitazo final y llevar el partido a tiempo suplementario. Inexplicable.
Así le contó la jugada a Julián Bricco en su programa de entrevistas Historias por dentro.
Ariel Osvaldo Cozzoni debutó en marzo de 1985 en un partido contra Huracán Las Heras por el Torneo Nacional. El entrenador que le dio su primera chance fue Jorge Raúl Solari, quien el año anterior lo había hecho ir a su club —Renato Cesarini— para que se fuera acostumbrando a su nueva contextura física. Newell's se preparaba para el reemplazo inevitable de Víctor Rogelio Ramos, dueño exclusivo de la camiseta número 9 desde 1981 y goleador del Metropolitano de 1983 —por encima de Carlos Bianchi—, además era una fija en las primeras convocatorias de la selección de Bilardo. La vara de 90 goles que dejó Condorito Ramos cuando lo vendieron a Francia no fue sencilla para Cozzoni. Tampoco para Roberto Cristóbal Viglione, Héctor Manuel Herrero, Marcelo Jorge Reggiardo y Ariel Alberto Paolorrosi, los otros delanteros que pugnaban por el puesto. El que parecía que se podía quedar con la 9 era Raúl Orlando Vargas Ríos, pero anduvo tan bien que a mitad de 1985 también lo terminaron vendiendo al fútbol francés.
Mientras tanto, los rulos de la Chancha Cozzoni —que se lucían menos que los del Galgo Dezotti— esperaban su oportunidad desde el banco de suplentes. Cada vez que entraba, cumplía. Varios goles metió con la 16. Y cuando iba desde el arranque, la 9 no le quedaba grande para nada. La titularidad le llegó en el Campeonato 1985/86, en el que terminamos segundos a diez puntos del River de Alonso y Francéscoli. En esa temporada, Cozzoni jugó 32 partidos y fue el goleador del equipo con 11 goles.
En la temporada siguiente quedó relativamente opacado por la irrupción fulgurante del Negro Zamora y jugó un poco menos (25 partidos con 6 goles). Y en el Campeonato 1987/88 que ganamos con Yudica, con los regresos de Ramos y Alfaro, más la aparición de Abel Eduardo Balbo, ya fue suplente directamente (muchas veces no fue ni al banco). Arrancó de titular sólo en dos partidos, las dos veces como visitante: la noche contra Unión que se terminó suspendiendo por el piedrazo a Espósito, y en el empate 1 a 1 en Córdoba contra Talleres. En total jugó 8 partidos y metió un solo gol, el tercero contra Racing —con el arco solo, habilitado por Alfaro ante el achique en vano de Fillol— para terminar de definirlo sobre el final, la noche del 3 a 1 en el Parque.
Del plantel subcampeón de la Copa Libertadores ya no formó parte porque a mediados de 1988 pasó a préstamo a Instituto de Córdoba, donde llegó para reemplazar a Dertycia y la rompió toda, a pesar de que su equipo terminó en el último puesto. Hizo 18 goles y fue el cuarto goleador del torneo por debajo de Gorosito (San Lorenzo) y Dertycia (Argentinos Juniors), que metieron 20 cada uno, y de Juan Ramón Comas (Racing de Córdoba), que convirtió 19.
En 1989 volvió a Newell’s. Ya sin Ramos, Dezotti, Balbo y Batistuta por delante, Yudica le confió la titularidad y la Chancha Cozzzoni no lo defraudó: con 23 goles fue el goleador absoluto del fútbol argentino, ocho más que el Beto Acosta, Mario Bevilacqua y Juan Antonio Pizzi, que terminaron segundos con 15 goles cada uno. Le hizo tres a Deportivo Español y a Instituto; dos a Independiente, Central, Argentinos Juniors, Talleres, Racing de Córdoba y Mandiyú; y uno a San Lorenzo, Chaco For Ever, River, Vélez y Gimnasia. Ese año volvimos a tener una campaña irregular y terminamos en el decimosegundo puesto, lo que vuelve todavía más meritorio el desempeño goleador de Ariel Osvaldo Cozzoni. Hasta el presidente Carlos Menem lo elogió en la previa del Italia ‘90, cuando todavía Bilardo no tenía resuelto qué delanteros llevaría al Mundial.
La temporada 1989/90 fue la mejor de toda su carrera, aunque es cierto que no la coronó del todo bien: durante el clásico en Arroyito de la última fecha del torneo se le soltaron los pedales y le metió un patadón alevoso al Chino Albarenque (que algunos hinchas le celebran como si hubiera sido su mayor logro con la camiseta de Newell’s). Esa jugada terminó por desatar un quilombo que ya se venía macerando adentro y afuera del estadio, el partido se suspendió, la AFA se los dio por perdido a ambos, a Cozzoni lo expulsaron y le dieron seis fechas de suspensión. No las tuvo que cumplir porque enseguida fue transferido al Niza de Francia, donde firmó contrato por cuatro años. Pero no se adaptó, tuvo problemas con los dirigentes, anudvo mal y regresó al club a los seis meses —a comienzos de 1991— para reforzar al equipo de Bielsa que venía de ser campeón del Torneo Apertura. Con un detalle: primero debía cumplir la sanción de seis fechas que arrastraba del año anterior, por eso recién pudo volver en el empate contra River en el Monumental por la séptima fecha del Clausura. Esa tarde reemplazó al Negro Zamora y jugó un rato.
Su reaparición como titular en el Parque fue al domingo siguiente, en el clásico del 14 de abril, que ganamos 4 a 0. La Chancha Cozzoni metió dos goles.
Los once partidos siguientes hasta el final del torneo fue titular y metió cuatro goles más (por supuesto, fue el goleador del equipo). Después vinieron las finales contra Boca, el título en la Bombonera, una transferencia al Toluca de México para reemplazar a Pizzi que había partido al Tenerife de España, otra mala experiencia y la vuelta al club para jugar la Copa Libertadores de 1993. Su gol a San Pablo en el partido de ida de los octavos de final nos hizo creer que la revancha era posible, pero ese rejunte de Manera nunca tuvo forma ni sustancia y todo quedó en un sueño.
Se fue Manera, hubo un interinato de Roque Alfaro y finalmente volvió Solari a la dirección técnica para afrontar las últimas siete fechas del Torneo Clausura. El entrenador que lo hizo debutar en 1985 fue el que le devolvió la titularidad. Y Cozzoni, cuándo no, retribuyó con goles. No muchos, cuatro, los suficientes para terminar como goleador de un equipo anémico. Todos en el Parque. Le hizo tres a Platense el 16 de mayo y uno a San Lorenzo el 12 de junio, la tarde que jugó por última vez con la camiseta de Newell’s.
Su última experiencia en primera división fue en Banfield, donde volvió a juntarse con el Yaya Rossi, y donde también fue compañero del Pupi Zanetti, Julio Cruz, Archu Sanguinetti, Adrían Taffarell, Néstor Lorenzo, el brasilero Alex Rossi y Ángel David Comizzo. Desconocemos si allí guardan un buen recuerdo suyo. Lo que nosotros no podemos olvidar fue la vez que nos enfrentamos en cancha de ellos y él estaba como titular.
Cuarta fecha de un torneo en el que nos jugaríamos la permanencia en primera, 17 de abril de 1994. Nos están ganando 1 a 0 y a los 22 minutos del segundo tiempo lo expulsan a Comizzo; como Banfield ya había hecho los dos cambios, no puede ingresar el suplente Ciancaglini —otro ex Newell’s—, entonces Cozzoni se calza los guantes y va hacia el arco. A sus espaldas está la tribuna que ocupamos los hinchas de Newell’s
Yo estuve en la cancha ese día.
Durante los veintipico minutos restantes estuvimos prendidos del alambrado suplicándole que se dejara hacer un gol. Él, discreto, no decía nada. No podía decir nada. Estaba defendiendo otra camiseta, se debía a otros hinchas, a otros compañeros. Pero a nuestra sinrazón no le importaban esas circuntancias. Dale, Chancha, dejala pasar, tirate para el otro lado. Así todo el tiempo.
Hasta que en un momento fue a buscar una pelota que se había ido por la línea de fondo y quedó cara a cara con un hincha. Dale Chancha, dejate hacer un gol, dejate hacer un gol.
—¡Pero qué querés que haga, si estos muertos no me patean!

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PD 2: Cuando Miguel Fullana en 2023 presentó su libro “Historia de un suplente” fuimos hasta el club con Guille Monsalve. Entre la concurrencia estaba Ariel Cozzoni, que en su rol de concejal había impulsado la declaración de interés municipal para el libro. Con Guille, por su puesto, le pedimos una foto. Hoy podemos decir, orgullosos, que tenemos más panza que la Chancha Cozzoni.