El trunco partido contra Unión
#25 | El campeonato de 1987/88 es de los mejores recuerdos que guardamos los hinchas, pero fue puesto en riesgo por culpa de un loquito inconsciente que decidió probar puntería en Santa Fe.

La temporada 1987/88, que terminaría con lujo, goles y título para nosotros, tuvo un período de incertidumbre promediando el campeonato. En el último partido de la primera rueda le ganamos en forma brillante a River por 2 a1 en Núñez (con el golazo de Sensini) y a la vuelta del receso, en la primera fecha de los desquites, por el mismo marcador a Deportivo Español también como visitantes para quedar punteros.
Sin embargo, en la siguiente perdimos inesperadamente 2 a 1 con Vélez en casa (un partido en el que se fueron expulsados el Tata Martino y el Cholo Simeone) y luego rescatamos un empate allá contra Deportivo Armenio, después de ir dos veces abajo. En la siguiente ganamos el clásico con golazo del Galgo Dezotti, pero más tarde empataríamos dos en fila: 1 a 1 con Estudiantes allá (partido regular, pero gol maravilloso de Alfaro) y 0 a 0 con el insoportable Ferro de Agonil, Cúper, Garré y compañía.
En ese contexto venía el partido con Unión en Santa Fe, una cancha tradicionalmente difícil para nosotros. Estábamos preocupados porque nuestro equipo parecía tener la pólvora mojada por primera vez en el campeonato.
Entresemana, nos enteramos de dos cosas: que se jugaría en sábado por la noche (en esa época, aunque suene delirante, los horarios de los partidos se arreglaban entre los clubes según sus conveniencias en lugar de estar anclados a un calendario inapelable de la AFA que te puede llevar a jugar un lunes a las tres de la tarde) y que el padre del Flaco había decidido ir y tenía lugares libres en el auto. Otra buena noticia era que el coche en cuestión —no recuerdo la marca— era un sedán gigantesco, como los que manejaba Jack Palance en las películas americanas, así que había lugar para varios.
Arrancamos temprano esa tarde, como para llegar con tiempo, era 5 de marzo y la temperatura estaba agradable. El Flaco iba en la butaca del acompañante, y en el amplísimo asiento de atrás nos acomodamos Manguera, Moto, el Petardo y yo. Hicimos un viaje muy desahogado y, antes de que cayera la noche, ya estábamos ingresando a la tribuna popular del Estadio 15 de abril, la que da a la calle Cándido Pujato. No conocía esa cancha, me llamó la atención que fuera tan chica, todo parecía cerca, incluso el alambrado olímpico daba la impresión de ser muy bajo.
Nosotros estábamos eufóricos por estar acompañando al equipo, pero teníamos algunas reservas con el rendimiento. Y, aparentemente, el Piojo Yudica también estaba preocupado porque dispuso varios cambios en la formación inicial. Lo puso al Ciego Fullana de tres y lo mandó a Boquita Sensini al mediocampo, incluyó a la Chancha Cozzoni arriba y mandó al banco al Yaya Rossi y al Negro Almirón. En definitiva, salimos con Scoponi, Basualdo, Theiler, Pautasso y Fullana; Llop, Martino, Sensini y Alfaro; Dezotti y Cozzoni, que saltó a la cancha con un atípico número 11 en la espalda.
El rival no venía haciendo una buena campaña y terminaría descendiendo, pero en su cancha se hacía complicado y tenía varios jugadores interesantes. El arquero era un juvenil Oscar Passet, lo tenían a Mario El Robot Alberto en la zaga (un defensor mediocre pero que era de San Martín de las Escobas como yo), a Jorge Chiquilín García de 3, y en el medio jugaba otro joven prometedor: Julio César Huevo Toresani. Arriba, una delantera más que peligrosa: el velocísimo Antony de Ávila (que venía de disputar dos finales de Copa Libertadores para América de Cali, contra River en 1986 y Argentinos Juniors en 1985, donde había tenido la desgracia de marrar contra Vidallé el último penal de la definición) y el Turco Fernando Husef Alí, un wing histórico que nos supo amargar varias veces.
El partido comenzó como un típico partido en campo reducido, muy trabado y con la pelota todo el tiempo por el aire. En uno de esos pelotazos, un centro de Mamita Basualdo, el defensor Ricardo Altamirano (quien luego compartiría equipo en River y la selección argentina con Basualdo) la rechaza con la mano y Carlos Espósito cobra el evidente penal. Como el habitual lanzador —Rossi—estaba en el banco, llegó decidido desde el fondo Jorge Remigio Pautasso y tomó la pelota para ejecutar. Todos esperábamos que, como todo defensor rústico, le pegara fuerte sin preocuparse demasiado por la dirección. “¡Fierrazo, Gringo!”, gritaba el Petardo a mi lado. Sin embargo, para nuestro horror, pateó una masita a las manos del Flaco Passet.
El partido siguió con el mismo formato, disputado en el medio y sin llegadas claras. El Chiquilín García, en su habitual puesto de lateral izquierdo, transitaba de ida y de vuelta frente a la tribuna de Newell’s y recibía el merecido repudio en cada corrida (no por nada que hubiera hecho esa noche, más bien por sus antecedentes provocativos). A los 37 minutos, cuando estaba por sacar un lateral, comenzó a discutir con nuestros hinchas, porque —dada la proximidad del vallado al campo de juego— además de las críticas recibía numerosos escupitajos. Ante la desordenada situación, el árbitro Espósito se acercó a calmar los ánimos, con tan mala suerte que recibió en la cabeza un proyectil (luego se informó que era un trozo de mampostería) lanzado desde la tribuna, que seguramente no iba dirigido a él.
Fue impresionante, lo vimos desde pocos metros, Espósito quedó en el piso fulminado, algo parecido a la caída que había tenido unos años antes Roberto Durán contra Tommy Hearns. Lo que siguió fue impresentable: el árbitro fue retirado en camilla, el partido se suspendió y la policía irrumpió en la tribuna para hacer justicia a su manera.
Todos salimos disparados hacia arriba porque no había escapatoria posible y nos amontonamos en el rincón más lejano. En medio de las corridas de los hinchas y los palos de la policía, recuerdo una imagen que no voy a olvidar: el padre del Flaco, un hombre corpulento pero no para tanto, se quedó impávido apoyado en el paravalanchas como si estuviera todo tranquilo y el partido siguiera en juego. Era el único punto fijo en medio de un torbellino de gente huyendo desesperada, con los uniformados empujando todo a su paso. Por alguna razón misteriosa —tal vez inspiraba respeto— nadie lo tocó.
En un determinado momento, cuando las cosas empezaron a calmarse y los jugadores ya se iban al vestuario, el hombre nos hizo seña con el brazo para que bajáramos, era el momento de irse.
Lo último que recuerdo de la estancia en la cancha es un hincha de Unión que estaba en la cabecera y nos hacía gestos burlones a modo de despedida. Pero los gestos no eran los típicos cortes de manga, tampoco la mano que se abre y se cierra en señal de “cómo se te frunció el upite”, ni siquiera el gesto universal unir las puntas de los dedos pulgar e índice de una misma mano en forma de círculo para luego introducir allí, frenéticamente, el índice de la otra mano. Lo que hacía era algo más perverso —y confuso—: agitaba dos dedos en el aire, luego abría grande la boca y simulaba engullírselos, una figura que probablemente significara que ellos se quedarían con los dos puntos que había en disputa en el partido trunco.
El viaje de retorno transcurrió en silencio por la autopista.
El ambiente lúgubre tenía dos razones fundamentales; por un lado, habíamos visto la peor cara que puede tener el fútbol; por otro, todos estábamos seguros de que ese hincha tatengue —si es que interpretamos correctamente su ademán— tenía razón : no había forma de que no nos dieran por perdido ese partido.
PD 1: La revista El Gráfico, la publicación deportiva más influyente del país en ese momento, dijo en su edición del martes posterior al partido: “Deben ser sancionados los clubes a cuya hinchada pertenecen los agresores con el máximo rigor: pérdida de recaudación, aun de puntos, clausura efectiva de los estadios”.
PD 2: Sorpresivamente, el fallo de AFA fue que el partido debía completarse, sin nuestra presencia pero con público. Se jugó un mes después un lunes por la tarde, el tiempo restante se dividió en dos estapas de 26 minutos cada una. Ganamos 2 a 0 con goles de Martino de cabeza y de Abel Balbo de media distancia (tremendo golazo). A partir de ese triunfo nos encaminamos decididamente hacia la obtención de nuestro segundo campeonato.
PD 3: Una manera de celebrar retroactivamente la no sanción deportiva ni quita de puntos contra Unión —y el posterior título— podría ser colaborando voluntariamente con el Newellsletter haciendo clic en el siguiente botón:
Si quieren evitar la mediación de Mercado Pago, también puede ser a través de transferencias al alias TATA.LOCO.ROQUE. De todas formas, la mejor colaboración que podemos recibir de nuestros lectores es la promoción: si les gusta lo que leen cada semana, ¿qué mejor que compartirlo con amigos, parientes, vecinos, compañeros de platea o popular?
Era cualquiera esa cancha. Fui el año anterior con mi papá y mi hermano (Tenía 11 años y mi hermano 9) Perdimos dos a cero creo. Un gol en contra del Gringo Scoponi. Dezzoti terminó con el tabique nasal roto. Pero lo más recordable de la tarde fue que nos tuvimos que escapar saltando de una tribuna a otra porque se había puesto picante la cosa, la policía empezó con las balas de goma para desalojar, la salida de la popular era a un callejón sin salida y en la punta del callejón estaba la barra de Unión esperando.
Lo que se dice el folclore.