Una excursión a Junín
#3 | La primera vez que viajé para ver a Newell's fue el 31 de marzo de 1985. Jugamos contra Vélez por la tercera fase del Nacional. Terminó mal.
Cuciuffo, no le podés hacer esto a un chico de nueve años. Le cagaste la ilusión. Y no me vengas ahora con que el año que viene se lo retribuís ganando el mundial de México porque no me importa. No-me-importa. ¿Sabés por qué, Cuciuffo? Porque ese chico de nueve años soy yo y es la primera vez que séñores dejo todo y mé voy ver a Newell’s. ¿Vos viste lo que es la cancha, Cuciuffo? No busques a los hinchas de Vélez porque al único que vas a distinguir es a Triaca que está ahí abajo en la explanada de la platea con el hijo, después, para donde mires, vas a ver que la cancha de Sarmiento es toda rojinegra. No falta casi nadie. Somos miles los que vinimos de Rosario hasta Junín que ahora estamos sufriendo con tu cabezazo de mierda en el minuto 119 y te vemos festejar abrazado a tus compañeros a un costadito del área, revoleando los brazos y agitando esos rulos que amortiguaron la pelota y le quitaron fuerza al impacto pero igual se metió por encima de Scoponi. Pienso en los que se quedaron y que en este momento le están escuchando decir a Pablo Zaro por la radio que hay gol de Vélez. Me agarro el gorrito de visera con el escudo que mi papá y mi tío me compraron antes de entrar a la cancha y me da bronca saber que mañana no lo voy a poder llevar a la escuela para cargar a los de Central, que no juegan el Torneo Nacional de 1985 porque hace cuatro meses se fueron a la B. ¿Te das cuenta por qué te odio, Cuciuffo? Todo el viaje me la pasé gritando “caaaantemos todo’ junto’, que junto’ somo’ maaaaaá, vamos a ver a Ñubel, el campeón del Nacionaaaaal”. ¿Qué hago ahora con ese entusiasmo, con quién comparto este sufrimiento? Ya sé que me va a pasar mil veces más y que me va a pasar peor, pero vos me clavaste un puñal, Cuciuffo. Te repito lo que te dije antes, esta era mi primera vez y ya me toca volver de noche por la ruta cuatro horas en silencio, solo y amargado en un auto que hoy a la mañana era una fiesta. Llegamos a Junín en caravana por la 188 sacando los brazos por la ventanilla y golpeando las puertas, total el Citroen naranja ya está hecho percha. ¡Desde el parador de Pergamino que venimos así, Cuciuffo, qué te costaba quedarte en el molde y esperar los penales! Es cierto que los defensores nuestros pelotudearon de lo lindo en ese córner, todavía no entiendo qué quiso hacer el Yaya Rossi en el primer palo despejando hacia adentro ni cómo fue que a Scoponi le pasó por arriba del cuerpo si él estaba parado y el cabezazo tuyo fue recto y a media altura. Pero no quieras echarle la culpa a los demás, acá el único responsable sos vos, Cuciuffo. Y tampoco pretendas consolarme diciendo que no quedamos eliminados, que simplemente pasamos a la rueda de perdedores y que todavía tenemos chance de ser campeones. Mi problema no es ése, Cuciuffo. Mi problema es que hoy perdimos y ya nada podrá disimular la manera en que los traicionamos a mi hermano Sergio y a mi primo Marcelo. Les dijimos que bajábamos a la panadería y que ya volvíamos a buscarlos, pero no, los dejamos jugando en casa porque dicen mi papá y mi tío Miguel Ángel que son muy chiquitos para viajar a ver un partido. Y tienen razón, ellos dos no hubieran soportado lo que nos hiciste, Cuciuffo.