Autos flotando en cocheras subterráneas
#20 | Una crónica de Darío Biselli sobre el viaje al Monumental para ver el debut en la Copa Libertadores de 1993 contra River en medio de un diluvio. Por cierto, ganamos 1 a 0.

A veces uno recuerda los partidos de Newell’s no tanto por el resultado, feliz o no, sino por la experiencia vivida. Por ejemplo, si el partido en cuestión fue de visitante, recordaremos cómo viajamos, si en auto propio, a dedo, con amigos, en los micros que fletaba la Gorda Raquel (con todo cariño, perdón nuevos tiempos) o en cualquier vehículo que nos permitiera estar ahí, en el lugar de los hechos. Ya lo dice la adaptación tribunera de Sobreviviendo: “Siempre estáre a tu lado / Rojinegro querido”.
El domingo 7 de febrero de 1993 es uno de esos días que van a quedar en la memoria de todos los que estuvimos ahí, aunque los recuerdos puedan mentir un poco.
Vayamos al contexto: año 1993, nos dirigía Eduardo Luján Manera, emblema pincharrata como técnico junto a Bilardo y como jugador en la época dorada del equipo de Zubeldía. El año anterior había terminado mal para nosotros después de haber llegado a la final de la Copa Libertadores, cuando quedamos a un penal (lo escribo y todavía no lo puedo creer) de la doble corona: torneo local y Copa. No sé bien cómo ni por qué a la comisión directiva se le ocurrió pensar en Manera para conducir los destinos de nuestros players, pero allá fuimos, a disputar el grupo 5 de la trigesimocuarta edición de la Copa Libertadores de América, un grupo que compartíamos con River y los paraguayos de Olimpia y Cerro Porteño. La primera fecha, de visitantes contra River.
Ese viaje a Buenos Aires tuvo un condimento especial porque durante el verano el gobierno nacional dispuso diferentes husos horarios para las distintas regiones de nuestro país, con lo cual teníamos una hora de diferencia con la capital.
Después de tantos años de seguir a la Lepra por todo el país, la logística del traslado ya estaba perfectamente aceitada: miércoles o jueves previo al fin de semana, íbamos con mis amigos —Claudio, Seba o Germán— a la casa de Raquel en calle Pasco y Presidente Roca a reservar entrada y pasaje. Una vez realizado el trámite, la tranquilidad de tener todo bajo control me permitía pensar únicamente en el partido.
Y llegó nomás el domingo 7 de febrero.
El día amaneció con pronósticos de lluvia pero nos importaba poco, tantos viajes en el lomo nos volvían inmunes a cualquier penuria imaginable: calor, hambre, sed, tormentas, rutas maltrechas, muchas veces viajando en colectivos que no pasaban los 60 kilómetros por hora. Dentro de ese universo acostumbrado, el viaje transcurrió en circunstancias normales. Llegamos a Capital y en la intersección de Figueroa Alcorta y La Pampa, zona de parques y bosques, la policía nos detuvo para hacer una gran caravana; hasta ahí, un operativo normal en este tipo de partidos de “alto riesgo”. La cosa empezó a cambiar cuando fuimos llegando con mis amigos a los primeros lugares de la caravana —que, a esa altura, contaba con al menos cinco mil leprosos— y vimos que todos estaban sacándose las zapatillas y arremangándose los pantalones para emprender la caminata final con el agua por las rodillas. Si bien en Rosario había llovido, nos dimos cuenta de que el temporal en Buenos Aires había sido bastante importante. Fueron más de quince cuadras sorteando el agua que, por momentos, nos llegaba hasta la cintura.
¿El partido? Típico de primera fecha de Copa: los dos equipos estudiándose, sin arriesgar demasiado. Hasta que faltando unos 20 minutos, el eterno Negro Zamora se metió al área después de un pase largo del Tata Martino y dejó pintado al arquero José Miguel: 1 a 0, que sería el resultado final después de aguantar como se pudo los ataques de un River apremiado por sus hinchas. Ese día formamos con Scoponi, Saldaña, Raggio, Pochettino, Berizzo, Martino, Llop, Berti, Mendoza, Enria y Zamora. Sobre el final entraron Escudero y Cozzoni.

El recuerdo y la experiencia de cada partido que mencionaba al principio, esta vez estuvo marcada por la salida de la cancha y el regreso hacia los micros: de noche, con la policía arriándonos como parias durante esas 15 o 20 cuadras cada vez más anegadas. Las pasadas de las camionetas de la federal hicieron que en algunos tramos —literalmente— tuviéramos el agua al cuello. No tengo certeza de cuánto demoramos en llegar hasta los colectivos para pegar la vuelta, consultando a los amigos con quienes viajamos ese día, calculamos que fueron al menos fueron dos horas.
La Copa pasó sin pena ni gloria para Newell’s, pero el recuerdo de esa tarde en patas por Figueroa Alcorta, el gol del Negro Zamora y las tanquetas de la federal barrenando por las calles quedaron en mi memoria. Y la imagen que tengo grabada para siempre es la de los autos flotando en el interior de las cocheras subterráneas que tanto abundan en esos barrios pitucos de Buenos Aires.
PD: Otra imagen indeleble es la que aquel muchacho empapado que decidió exteriorizar su euforia robando las sombrillas de un bar que había puesto sus mesas en la vereda. Tenían estampadas la publicidad de Whisky Ballantines y eran azules, del mismo color del uniforme de los policías que se lo quisieron llevar detenido. Un par de hinchas intercedieron para que lo soltaran pero no había caso, los agentes del orden estaban dispuestos a hacerlo escarmentar por el hurto callejero y el daño a la propiedad privada. “Son para protegernos de la lluvia”, gritó uno en medio del tumulto. No sé si se habrán conmovido por la potencia del argumento, pero la cuestión es que lo terminaron largando.
👏👏que pluma