Patente S
#11 | El 9 de julio de 1991 viajamos a la Bombonera en el auto de Omar, el papá de mi amigo Mauro.
Hoy tenemos naturalizado que las patentes de los autos sean todas iguales, pero no siempre fue así. Hasta 1958 no existía en Argentina un sistema unificado de patentamiento sino que era responsabilidad de cada municipio. Eso empezó a cambiar cuando se creó el Registro Nacional de la Propiedad del Automotor durante los primeros días de la presidencia de Frondizi. El nuevo organismo nació con un objetivo muy preciso: regular y estandarizar en todo el país las diferentes identificaciones de los vehículos.
Ya sabemos que después Frondizi tuvo que enfrentar todo tipo de quilombos con los militares y que terminó siendo derrocado en 1962, pero la tarea del Registro Automotor, valga la redundancia, siguió su marcha sobre ruedas. Ordenar la documentación de los autos se convirtió en política de Estado y las primeras patentes con un patrón común de numeración se estrenaron en 1964 cuando el presidente ya era Illia. Un formato bien simple que duró treinta años: una letra más una secuencia de seis números estampados en blanco sobre una chapa rectangular negra. Los números se usaban para determinar la cantidad de autos registrados y las letras servían para identificar en cuál de las veinticuatro provincias estaban radicados. Los que tenían la A eran de Salta y los de la Z de Santa Cruz. Suena a criterio random pero no. O tal vez sí. En cualquier caso, es comprensible: no debe haber sido sencillo para los burócratas de la nueva dependencia estatal conformar a todas las provincias en la asignación de letras.
Ni Salta ni Santa Cruz podían quedarse con la S porque estaba predestinada a Santa Fe. Córdoba debió resignarse a la X porque la C quedó para Capital Federal. A Catamarca la dejaron contenta con la sonoridad de la K y a Chaco le reservaron la H. A Chubut la entretuvieron con la U y a Corrientes la cagaron con una inexplicable W. La J podría haber sido para Jujuy pero le dieron la Y griega con la excusa de dejársela a San Juan. ¿La L entonces le tocó a San Luis? No, los mandaron a la D. La L fue para La Pampa, que bien podría haber aspirado a la P que le asignaron a Formosa en reemplazo de la F que andá a saber por qué se la dieron a La Rioja y no a Tierra del Fuego, que le tocó la V corta. La B larga fue para Buenos Aires. Con Entre Ríos, Mendoza, Río Negro y Tucumán fue tautológico: E, M, R y T. Neuquén le dejó la N de consuelo a Misiones y prefirió la distinción de la Q. A Santiago del Estero le dieron a elegir en la I, la O y la G y se quedó con la G.
Catorce presidentes, entre constitucionales y dictadores, mantuvieron este sistema integrado de patentamiento automotor que demandó una delicada organización logística y que sirvió para centralizar y ordenar la información por parte del Estado. También fue útil para que los niños aprendiéramos los nombres de las provincias y que con mis hermanos inventáramos juegos durante los viajes largos por la ruta cuando salíamos de vacaciones.
- Te apuesto dos piñas que el próximo auto que nos cruzamos es B
- Dos piñas que es C
- Si es T les doy tres piñas yo a cada uno.
Con los años supimos que la identificación explícita de la procedencia de un auto también tenía una contra: era un peligro para viajar a ver a Newell’s de visitante. ¿Cómo dejabas un auto con patente S cerca de la cancha de Boca?
Eso lo aprendimos con Omar, el papá de mi amigo Mauro, el 9 de julio de 1991 cuando jugamos la final en la Bombonera. El gol insólito que Lamolina le anuló a Cozzoni en la última jugada de los 90 minutos reglamentarios, lejos de provocarle frustración, lo convenció de que esa tarde íbamos a salir campeones. Entonces pensó en su Renault 18 break recién sacado de la concesionaria y que había dejado estacionado sobre Aristóbulo del Valle antes de llegar a Isabel la Católica.
- Vamos -nos dijo apenas arrancó el primer tiempo del suplementario.
Y terminamos escuchando los penales en el auto frente a la costanera comiendo un choripán.