Gol de Ramos
#7 | Un perfil de Condorito Ramos, máximo goleador de la historia de Newell's, publicado en el libro "Hasta las nubes llega el clamor" de Gustavo Báez.

Cuando Víctor Rogelio Ramos asomó en primera, a fines de los 70 y principios de los 80, no generaba grandes expectativas. No lucía un físico exuberante, no mostraba un tranco distinguido ni un pie demasiado sensible, no era particularmente habilidoso, ni tenía una velocidad electrizante, no era un gran cabeceador, no tenía un remate muy potente, tampoco se desplegaba marcando en ataque y defensa, no transitaba por los laterales.
Pero, en realidad, lo que me molestó al principio fue otra cosa: su escasa participación en el juego. Sin embargo, en sus contadas apariciones comenzó a hacer goles, casi siempre de un único toque.
Poco a poco comprendí que esa era la clave, la fortaleza de su juego eran las apariciones repentinas pero letales. Nunca daba juego en cantidad, pero su efectividad era asombrosa.
Recuerdo haberme quedado afónico de gritarle que saliera del offside, generalmente le cobraban cuatro o cinco posiciones adelantadas por partido. Hasta que en la sexta estaba habilitado y facturaba. Esa era su trampa, a la manera de los cazadores avezados, hacía que los defensores se relajaran y de pronto los sorprendía.
Hay algunos goleadores farsantes que hacen tres o cuatro goles cuando el partido es fácil y luego no aparecen más durante todo el campeonato, Ramos era como un limonero real que da frutos todo el año. Los goles venían dosificados, siempre uno por partido, a los sumo dos, pero no paraban nunca. Newell’s ganó infinidad de veces 1 a 0 con gol de Ramos. En el año ’83 marcó la delirante cantidad de 36 goles, algo así como un promedio de 0,7 goles por partido.

Le llegó la inevitable convocatoria a la selección, pero no le fue del todo bien. Jugó una Copa América y marcó un gol, pero había algo que no funcionaba. Las que en Newell’s entraban, en la selección pegaban en el palo y salían.
En su salida internacional, que fue de tres años, pasó por el Nantes y por el Toulon. Mantuvo la costumbre de hacer goles, marcó 41 en 91 partidos. Sin embargo, por lo que escuché en algunos reportajes, no lo pasó bien durante su estadía en Francia. Eran tiempos no globalizados y su familia no se insertó en una sociedad por entonces cerrada a los extranjeros. Tal vez se podría haber quedado en términos deportivos, porque le estaba yendo bien, pero decidió pegarse la vuelta.
De regreso a Newell’s se encontró con el equipo de Yudica, una formación que venía afianzada luego de varios años bajo la conducción del Indio Solari. También volvieron en ese campeonato el Negro Almirón y Roque Alfaro, que sería el único de los tres en mostrarse en plenitud.
Ramos se dio el gusto de ser campeón con su equipo de siempre y de encaramarse como el máximo goleador histórico con 104 goles cuando apenas si pasaba los treinta años. Pero ya nunca volvió a ganarse la titularidad, fue un jugador que integraba el plantel y que jugaba esporádicamente ante ausencias de los titulares como el Galgo Dezzotti o Abel Balbo.
Igualmente, era un jugador muy querido, cada gol de Condorito -apodo que no estaba claro si venía desde dentro del plantel o había sido impuesto por un relator de la época- era celebrado como una fiesta, todos deseábamos que recuperara su nivel y siguiera sumando anotaciones.
Cuando se fue de Newell’s, en el ’89, continuó su carrera en Nueva Chicago y luego en Unión de Santa Fe, equipos en los cuales continuó haciendo goles hasta su retiro en el ’91.
La posición de Ramos como máximo goleador de Newell’s no corrió riesgos de ser superada durante muchos años. Hasta que la vigencia de Maxi Rodríguez, posiblemente vez el jugador de Newell’s más exitoso de la historia en términos nacionales e internacionales, lo puso a tiro de su marca. Yo a Maxi siempre le deseé lo mejor y quise que siguiera haciendo goles, pero finalmente me sentí aliviado cuando terminó su carrera siendo el segundo máximo goleador. Me gusta que el número uno siga siendo Víctor Rogelio Ramos.
(*) Gol de Ramos es el capítulo 10 del libro Hasta las nubes llega el clamor, de Gustavo Báez, publicado en 2024.