Cabeza de pelota
#8 | Un relato en primera persona sobre la relación con el fútbol que fue desarrollando desde chico uno de los autores del Newellsletter.

Haití no le puede ganar 11 a 2 a Alemania, mucho menos en un mundial. Eso lo sabe cualquiera que conozca un poco de fútbol. Pero mi hermano Sergio decidió ignorarlo. Y lo peor es que se jactaba. Él era Haití y no le importaba la evidencia estadística de la FIFA, le interesaba más ganarle a su hermano mayor que el mandato de la historia. Pero nuestro mundial de rastifútbol tenía que parecerse a la vida real, por eso no me dejó otra alternativa que revolear los rastis a la mierda y dar por terminado el partido. Me acusaron de mal perdedor por ese incidente, tal vez porque no quedó reducido a la cancha de alfombra que teníamos en la pieza sino que salí a correrlo por el departamento mientras él repetía “once a dos, once a dos” y se refugiaba en la cocina con mi mamá.
Fue una pena que el mundial terminara así —con Alemania eliminado, Haití en cuartos de final y yo en penitencia— después de todo el esfuerzo que habíamos puesto en la organización, si hasta jugamos las eliminatorias y armamos el sorteo. La clasificación al mundial ‘86 de rastifútbol no fue arbitraria: copiamos el sistema de eliminatorias de la FIFA, hicimos el fixture continente por continente y definimos los resultados de cada partido tirando los dados. Estuvimos casi tres semanas preparando todo.
Y acá es donde me molesta lo que pasó con Alemania y Haití. Argentina había clasificado porque decidimos que iba a clasificar y eso lo resolvimos sobre la marcha, durante el partido definitorio contra Perú. Yo era Perú, tiré primero y saqué un 5. Y antes de que él tirara por Argentina, mientras sacudía el cubilete con la presión de sacar un 6, yo le dije que tirara todas las veces que fuera necesario hasta ganar. En ese momento los dos estuvimos de acuerdo en que Argentina no podía quedarse afuera: si venía de ser campeón en el mundial mundial, de ninguna manera podía quedar afuera del mundial nuestro. Eso quiere decir que ya existía un antecedente en lo del reclamo por Alemania contra Haití y me daba la razón a mí. Es verdad, mi hermano sacó un 6 en el primer tiro, pero el acuerdo de que podía tirar hasta que ganara fue anterior. Eso es lo que trataba de explicarle a mi mamá, que yo no era un mal perdedor y que Sergio estaba omitiendo un dato clave de las reglas: el resultado del juego debía seguir cierta lógica futbolística. Y le puse de ejemplo lo que hice cuando jugamos el Metropolitano del ‘84 con los tipitos: yo no hice que ganara Newell’s, el campeón fue Estudiantes y segundo salió Ferro, que tenían mejores equipos. Argentinos Juniors también podría haber ganado el torneo pero, en el partido contra Estudiantes, el Bocha Ponce metió un golazo y Pasculli tuvo que salir porque se le quebró el cartón de atrás.
Pero eso de Pasculli no se lo conté a mi mamá porque no venía al caso. Acá lo que importa es que Haití no puede golear a Alemania y que traté de razonar con mi hermano desde que me metió el quinto gol: le dije que no apuntara siempre al arco, que la tirara afuera. Pero no hubo caso.
Con rastis, con figuritas, con revistas, con fotos, con tijeras, con lápices, escribiendo, dibujando, recortando. De chico siempre jugué al fútbol, casi nunca con una pelota. Era malo, soy malo, jamás pude gambetear a nadie. Apenas podía esquivar la mesa ratona de vidrio con adornitos que había en el living comedor del departamento de sesenta y siete metros cuadrados, después la perdía contra la pata de la silla o me chocaba el sofá. El fútbol estaba en mi cabeza, no en mis pies.
Por eso inventé los tipitos y el rastifútbol
El rastifútbol era un juego sin vértigo ni dinámica, más bien de estrategia y precisión como el pool o las bochas. La pelota era un botón y los jugadores, dos rastis rectangulares de 4 redondelitos por 2, con los colores correspondientes a cada club o selección, encastrados uno sobre otro.

El procedimiento para jugar era así: se disponían los jugadores en la alfombra con la táctica que cada uno eligiera y allí quedaban, en posiciones fijas, uno sacaba del medio y con el rasti apretaba el botón para darle el pase a un compañero, administrando la presión contra el suelo y acomodando el rasti en vertical u horizontal de acuerdo a si convenía un pase corto o uno largo; una vez que el botón llegaba a destino se medía qué jugador estaba más cerca y ese continuaba el juego, podía seguir dando pases o buscar desde lejos el tiro al arco, allí esperaba un arquero del doble de tamaño que los jugadores de campo porque debía cubrir una especie de tronera que tenía cinco piezas de altura y un ancho de tres. Al arquero se lo podía ir moviendo a medida que el otro avanzaba en su jugada. La duración de cada partido era aleatoria y, salvo por algún disturbio eventual como el de Alemania contra Haití, podíamos pasar horas con mi hermano.
Lo de los tipitos surgió a principios de 1984 y fue a partir del seleccionado de la fecha que venía los martes en la sección deportes de Clarín. Se recortaba cada uno bien por el borde y se pegaba sobre un cartón, más grueso o más fino de acuerdo a las características técnicas de cada jugador: Jorge Remigio Pautasso, cartón grueso para defender; el Yaya Rossi, cartón fino para patear con efecto. Al final del proceso se forraban con cinta scotch porque había que preservarlos del contacto físico y que no les pasara lo de Pasculli.

El problema con los tipitos es que era difícil armar partidos porque no teníamos jugadores de todos los equipos y no se podían comprar como los paquetes de figuritas, eran solamente los que salían cada martes en el seleccionado de la fecha de Clarín. Amuchástegui, Marangoni, Walter Fernández y el Panza Videla venían siempre, lo complicado era conseguir un Carlos Alberto Macat o un Roberto Cristóbal Viglione. La situación se flexibilizó cuando Sergio propuso que nosotros buscáramos las fotos y escribiéramos los nombres a mano. A partir de ahí fue más fácil. Nos compramos una birome negra Bic de trazo fino y empezamos a copiar la caligrafía y el tamaño de la letra que usaba el diario. Él cortaba pedacitos de papel en blanco y yo escribía los nombres de los jugadores con los puntajes y los equipos.
Tanta familiaridad fuimos desarrollando con los apellidos de los jugadores que decidimos imponerlo como categoría para el tuttifrutti cuando jugábamos contra Diego, nuestro hermano más grande, que siempre nos ganaba porque se sabía todos los animales y los países. Se hizo mucho más parejo desde que incorporamos futbolistas y en un momento terminamos jugando tuttifruttis con categorías exclusivamente relacionadas al fútbol: Clubes argentinos — Clubes extranjeros — Jugadores de Newell’s — Jugadores de la Selección — Jugadores de otros países — Jugadores que ya no juegan — Directores Técnicos — Periodistas deportivos — Árbitros — Jugadores con nombre de otra cosa.
Todavía me lamento de haber abierto esa caja de pandora que es “Jugadores con nombre de otra cosa”, hasta el día de hoy sigo clasificando apellidos de futbolistas en sustantivos, adjetivos y verbos, los voy anotando en una libreta, después los paso en limpio en un documento de google y trato de armar oraciones:
Diez Mozas Colman Taverna.
Gallardo Cavallero Trotta Manso Camino Alfaro.
Sa Liendo Dellacasa Bilos Fuertes Robles Del Bosque.
Seré Leal, Amoroso, Noble.
Barril Redondo Rueda Más.
Domingo Alegre: Pelé Papa, Piqué Romero, Tomé Cocca.
Pico Paredes. Pinto Casas.
Bravo Soldado Toma Laspada Filosa. Rey Ladino Trama Guerra. Reina Serena Busca Paz.
Y desde un partido que jugaron Olimpo y Banfield en octubre de 2014 donde se enfrentaron Cuero y Devaca, estoy intentando meterlos en alguna frase.
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PD 2: Una de las derivaciones de la caja de pandora que se abrió con “Jugadores con nombre de otra cosa” fue la sección Once garras de leones, que lamentablemente hoy tenemos olvidada (aunque con varios equipos ya completos en borradores)