Buena parte del mérito fue de Salcedo
#21 | Hace diecisiete años nos salvábamos del descenso de la mano de Caruso pero hubo un jugador que fue clave en esa gesta: el paraguayo Santiago Salcedo. Aquí, repasamos sus campañas en Newell's.
—¿Se acuerdan de Boghossian? —tiré la pregunta desde el minibar, de espaldas a la mesa.
—Sí, claro, Joaquín Boghossian —reaccionó Lucas con una rapidez que los demás interlocutores perdieron hace rato—. Escopeta Boghossian, gran goleador.
—Gran goleador para Newell’s —agregó Petete—, jamás volvió a repetir esas actuaciones en otro club.
—Una vez me contó Manguera —acotó el Químico— que fue a ver un partido de visitante contra Quilmes cuando Boghossian jugaba para ellos y los hinchas hacían fila para putearlo. Decían que era el peor jugador que habían visto en su club.
—Bueno, este whisky es más uruguayo que Boghossian —giré en un ademán teatral y mostré la bandeja con los vasos que había servido mientras ellos discutían—, a ver qué les parece.
—Pasable —Petete lo olía con curiosidad mientras le pasaba el balde de hielo a Manzana.
—Más o menos —lo miraba al trasluz Riganti, siempre fiel a su estilo de tomarlo solo.
—¿Le puedo echar un chorro de soda? —preguntó el Químico con el hecho consumado.
Una vez generada la expectativa, mostré la botella con la seguridad de que nadie lo conocería.
—¿Qué es eso? ¿De dónde lo sacaste? —se estiró Lucas para mirarlo de cerca.
—De un supermercado cualquiera en Uruguay, era el que estaba en oferta. Cada vez que cruzo hago lo mismo y nunca me falla. Los uruguayos tienen una extraña cultura de whisky, en los supermercados hay cualquier cantidad de marcas, en general baratos y aceptablemente buenos —mientras hablaba mostraba con el celular una foto de una góndola cargada de botellas distintas—. Pero lo más extraño es que, cuando leés las etiquetas, resulta que están fabricados en Provincia de Buenos Aires, éste es de Burzaco. O sea, son productos que se fabrican en Argentina. Bastante presentables, pero salen exclusivamente en Uruguay con marca de allá.
Aproveché el silencio, mientras yo también revolvía el hielo con el dedo, para introducir el tema que había venido masticando.
—Ya que estamos con Boghossian, usteden que opinan, ¿quién fue el mejor 9 de Newell’s? Después de Cardozo, por supuesto.
—Y sí, Tacuara es un monstruo —coincidió el Químico—. Tiene más de 40 años, sigue jugando en primera y debe andar por los 500 goles. Igualmente, a mí me gustan los fuertes, como el Ogro Fabbiani o la Chancha Cozzoni. En otro estilo, Julián Vázquez, el Señor del Gol.
—Para mí, el mejor fue Nacho Scocco —afirmó Petete sin mayores explicaciones.
—Coincido —dijo Manzana—, Scocco jugaba y hacía jugar, era un fenómeno. Y lo estoy poniendo por arriba de Balbo, que era otro fuera de serie.
—La sensibilidad del pie de Scocco era inigualable —intervino Lucas con los ojos vidriosos por lo emotivo del recuerdo, o tal vez por efecto del whisky—. El Ogro también dejó lo suyo. Y después estuvo Trezeguet, otro exquisito. Yo entiendo que es difícil comparar a Boghossian con Trezeguet, uno fue un jugador menos que mediocre que tuvo en Newell’s el rendimiento de su vida, el otro fue un jugador de clase internacional que nos dio los últimos destellos.
—No se olviden de Yazalde —Riganti había estado esperando su momento—. Chirola vino a Newell’s desde Europa, donde había sido Botín de Oro, y acá se cansó de hacer goles.
Efectivamente, Héctor Yazalde pasó de Independiente (donde hizo 72 goles en 117 partidos) al Sporting de Lisboa (ahí tuvo un promedio de 1 gol por partidos: jugó 104 y metió 104 goles), de ahí pasó al Olympique de Marsella (23 goles en 43 partidos), y después vino a Newell’s a los 30 años. Convirtió 53 goles en 4 temporadas.
—Por ahí Salcedo… —dejó caer Lucas.
—¿Salcedo? —Lo miró extrañado Manzana—. A mi me pareció un buen jugador, pero nada más.
—Tuvo su aporte positivo —aportó Petete— pero, si hablamos de paraguayos, estuvo por debajo de Cardozo y de Mendoza.
—No era mal jugador, pero nunca me convenció del todo —el Químico hablaba con dificultad porque estaba masticando un hielo.
—Tuvo su cuarto de hora con Caruso —dijo Riganti balanceando la cabeza en gesto de “más o menos” —pero su regreso fue lamentable.

Evidentemente, la figura de Santiago Salcedo era divisoria de aguas. Tal vez convenga recordar el contexto en el cual llegó Sasá al club.
El año 2005 fue para Newell’s uno de los más extraños en lo que va del siglo. Comenzamos jugando el Torneo Clausura con la comodidad de quien viene de ser campeón, y lo que se vio en la cancha fue un equipo relajado que transitó por la medianía, dirigido por un Arsenio Ribeca que no hizo demasiado por torcer el rumbo de los acontecimientos. Lo raro vino después. Para el segundo semestre se imponía retomar la exigencia competitiva, y para ello se contrató al exitoso entrenador trasandino Juvenal Olmos. El chileno venía de ser campeón con Universidad Católica y de entrenar a la selección de su país. Estaba precedido —por su forma de trabajo y por el juego de sus equipos— de una fama que lo señalaba como el “Bielsa chileno” (tal vez fuimos nosotros quienes elegimos creernos esa propaganda). En esa época se comentaba —verdad o leyenda urbana— que Olmos había estado siguiendo a Newell’s desde varios partidos antes de aceptar el cargo, para lo cual se camuflaba en la tribuna con una barba postiza y así no ser reconocido. Quizás eso debió hacernos sospechar algo.
El rendimiento del equipo de Olmos fue calamitoso. Jugamos 9 partidos, con 1 triunfo, 4 empates y 4 derrotas. La única victoria fue contra Tiro Federal por 2 a 1 en el Parque, en una noche que formamos con Villar, el Colo Ré, Spolli, Gastón Aguirre y el Cebolla Giménez, Luciano Vella, el Pepi Zapata, Belluschi y Ortega, el Memo Borghello y el Tanque Silva.
En el mes de septiembre ya estábamos sin técnico y el equipo quedó a cargo del odontólogo José Machetti, como solía ocurrir en esa época. El 10 de octubre asumiría Nery Pumpido, cuando todavía quedaban 9 fechas para el final del torneo. El equipo tuvo una reacción que le permitió ganar tres partidos (entre ellos, el clásico por 2 a 1 con goles de Ortega de penal y Ezequiel Garay de espaldas), pero no salió de la mediocridad.
En el primer semestre de 2006 sí nos volvimos competitivos, sobre todo porque Nacho Scocco empezó a hacer goles (metió 13 entre campeonato y Copa Libertadores). El equipo no era una constelación de estrellas, pero era utilitario y rendidor. Lo conservábamos a Justo Villar, abajo teníamos jugadores firmes como Ré, Spolli y Aguirre, el Negro Lucero aportaba lo suyo, lo mismo que Diego Gavilán, en menor medida. En el medio teníamos varios jugadores: Belluschi, Claudio Husaín, el Pepi, el zurdo Adrián Peralta y Huguito Colace. Y arriba se arreglaban Nacho y Orteguita, más algo de un muy joven Mauro Cejas.
En el Clausura, Newell’s tuvo un rendimiento muy parejo (nunca bajó del séptimo puesto en la tabla, incluso llegó a ser puntero promediando el torneo) y terminó en el sexto lugar. En la Copa Libertadores pasó la fase de grupos (con un recordado gol de emboquillada de Ariel Zapata a The Strongest) y quedó eliminado en octavos con Vélez Sarsfield en una serie caracterizada por dos arbitrajes muy dudosos de Elizondo y el sargento Giménez (el rival tuvo tres penales discutibles a favor durante la serie, un agarrón imperceptible en un córner, una mano absolutamente involuntaria e intrascendente del Colo Ré, y un cruce “todo pelota” del mismo Ré a Castromán en la revancha).
Insólitamente, para el siguiente torneo nos desprendimos de los tres jugadores que hacían diferencia, Belluschi, Scocco y Ortega. Las únicas incorporaciones, además de algún jugador de reparto, como Carlitos Araujo, fueron dos delanteros paraguayos: Santiago Salcedo, de 24 años y Oscar Cardozo, de 23.
El día del debut contra Vélez no sabíamos con qué nos encontraríamos, y lo que ocurrió fue sorprendente. A los veinte minutos, cuando casi no había pasado nada, uno de los dos paraguayos (el zurdo, más alto, que jugaba con el 24 en la espalda) la dominó un par de metros saliendo del círculo central y despachó un zapatazo que se clavó en el ángulo del Gato Sessa. Un rato después, a comienzos del segundo tiempo, el otro paraguayo, diestro, con el 9, emboca un cabezazo en un córner. Y, para completarla, a los pocos minutos, en una jugada entre los dos marcan el tercero. La palabra asombro fue poco para reflejar lo que sentimos los que estuvimos en la cancha ese día.
Por la segunda fecha nos tocaba River allá, y resultó un partido extraordinario que terminó 3 a 3. Nuestros goles fueron uno mejor que otro: primero un cabezazo de Salcedo, luego uno de Cardozo, y después un tiro libre de Tacuara desde 40 metros. De pronto, los paraguayos de Newell’s se transformaron en la sensación del campeonato.
Con el correr de los partidos empezamos a notar las diferencias entre uno y otro. Uno era uno de los mejores centrodelanteros que hubiésemos tenido, un jugador absolutamente completo para el puesto, potencia, remate furibundo, cabezazo; el otro era un delantero con buen remate de pierna derecha, que exhibía una facilidad asombrosa para rehuir al más leve roce físico.
El comienzo auspicioso fue un espejismo, el equipo se fue descomponiendo durante el campeonato (para lo cual influyó el inefable presidente López, quien desafectó de motu proprio a varios jugadores a mitad del torneo por no “honrar como se debe la camiseta de Newell’s”) para terminar en el penúltimo lugar de la tabla y transitar la nefasta racha de catorce partidos sin triunfos, que se extendió hasta la cuarta fecha del torneo siguiente. En cuanto a Salcedo, luego de marcar tres goles en las dos primeras fechas, se fue desdibujando y sólo consiguió dos más a lo largo del campeonato.
Para el siguiente campeonato se hizo cargo del equipo el Pomelo Marini, mantuvimos a Tacuara Cardozo (quien en lo sucesivo compartiría la delantera con el Pitu Cejas) y Salcedo se fue a jugar al Chiapas de México. Nadie lo extrañó demasiado y supusimos que no volveríamos a tener noticias de él. El equipo, no obstante, estuvo lejos de despegar; volvió a navegar en la intrascendencia, entró en la decimocuarta posición (entre veinte equipos) y terminamos la temporada mirando con preocupación la tabla de los promedios.
Impensadamente, para el Apertura 2007, se fue Cardozo pero volvió Salcedo. Los resultados no mejoraron demasiado, sino todo lo contrario. El equipo de Marini jugó cada vez peor, hasta que llegó la muestra de fútbol más penosa del año (hasta ese momento, al domingo siguiente lograríamos empeorarla): el clásico en la novena fecha. Salimos con un equipo compuesto por jugadores que no estaban en condiciones competitivas para primera división, el mediocampo jugó con Claudio Husaín (lejísimo de su nivel), Ariel Zapata (que venía de una larga lesión), más Hernán Bernardello y Matías Donnet (que nunca aportaron mucho), y perdimos 1 a 0 contra un Central dirigido por Ischia que venía penúltimo y que en ese campeonato terminó último con 13 puntos.
Como anticipamos, nada sería comparable al papelón del partido siguiente. Con el odontólogo Machetti en la dirección técnica, perdimos 4 a 0 contra Argentinos Juniors con tres goles de Álvaro Pereira y uno del Demonio Hauche. Faltando media hora, ya con cuatro goles de diferencia y sin entender de dónde había salido un rival tan endeble, los bichos colorados levantaron el pie y dejaron correr los minutos. En las primeras diez fechas, Salcedo había marcado un solo gol, en el empate contra Tigre.
En la fecha 11 debutaría Ricardo Caruso Lombardi, con el equipo en el puesto decimoquinto, hundido en forma desesperante en los promedios y totalmente desmoralizado. Encima, nos tocaba Boca. Contra todos los pronósticos, ganamos 1-0 con gol de Salcedo de cabeza. Fue el famoso partido en que la defensa formó con Schiavi y todos colorados: Ré, Mainguyague y Ansaldi.
Inmediatamente teníamos otro partido muy difícil contra Independiente, y otra vez Salcedo marcó un gol de cabeza para el triunfo. De ahí al final del torneo, sin ser ninguna maravilla, Caruso logró equilibrar el equipo y llegó a la mitad de tabla, casi una hazaña en ese momento.
Lo que siguió fue el Clausura 2008, donde nos jugábamos la permanencia. Y lo que ocurrió fue mucho mejor que cualquier expectativa: entramos en el octavo puesto con 29 puntos y Santiago Salcedo hizo 9 goles de los 21 que metió el equipo. Con la singularidad de que prácticamente todos esos goles significaron puntos fundamentales y varios fueron espectaculares, en arrestos solitarios (taponazo impresionante ante Racing, golazo a Central con la cabeza vendada, latigazo contra Banfield en el único tiro al arco del partido, todos 1 a 0). Se dice habitualmente que Caruso nos salvó del descenso, pero no se dice tanto que buena parte del mérito fue de Salcedo.
En ese momento ocurrió lo que solía pasar: River se llevó al delantero más destacado del campeonato, que en este caso era Salcedo. Era la oportunidad para Sasá de jugar para el último campeón y afianzarse como un delantero de alto perfil en el fútbol internacional. Sin embargo, las cosas fuero muy distintas, River pasó de campeón a último y el paraguayo tuvo un andar decepcionante.
A nosotros nos fue muy bien, el equipo de Caruso (desvinculado horas antes del comienzo del torneo) fue conducido por Fernando Gamboa, ganó mucho más de lo que perdió, y terminó en el quinto lugar en la tabla de posiciones (fue el extraño torneo definido en un triangular entre Boca, San Lorenzo y Tigre, que se resolvió por diferencia de goles). En el puesto de centrodelantero, Salcedo fue reemplazado en gran forma por Cristian Fabbiani, que metió 5 goles y tuvo mucha influencia en el juego.
El torneo siguiente, el Clausura 2009, no fue uno más: fue el primero sin Eduardo López en la presidencia luego de catorce años sin elecciones en el club. Gamboa, que hubiera merecido continuar por los resultados, presentó la renuncia y lo reemplazó Roberto Néstor Sensini. Otra vez River nos sacó el 9 (se lo llevaron al Ogro) pero el resto del plantel se pudo mantener a pesar de las deudas que había dejado la comisión directiva saliente.
El nuevo técnico Sensini tomó una decisión, que presentimos desde el primer momento que era un error, y la realidad lo confirmó después: volver a traer a Salcedo.
—Entre Salcedo y Sensini le cagaron la carrera a Armani —lanzó Riganti su terminante opinión.
El último paso de Santiago Salcedo fue muy pobre, marcó un solo gol a lo largo del torneo. Apenas llegó nuevamente al club, desplazó de la titularidad a Leandro Armani (hermano de Franco), futbolista que entonces tenía 25 años y venía de ser goleador en Tiro Federal. Armani, que hasta ese momento daba la sensación de estar en una curva ascendente, perdió confianza y nunca volvió a recuperar el nivel. Ante la inoperancia de Salcedo, Sensini ensayó con un sistema de doble 9, que únicamente logró sumir a ambos en idéntica mala racha.
Hay quienes dirán que Salcedo fue un jugador que simplemente tuvo tres pasos por Newell’s, uno mediocre, uno muy bueno y uno olvidable. El balance final daría apenas pasable. Sin embargo, analizando un poco más detalladamente la carrera de Salcedo, se puede ver que Newell’s fue uno de los equipos donde tuvo la mayor cantidad de partidos jugados. Además, los torneos en los que no rindió, fueron campañas no demasiado significativas en la historia de Newell’s. En cambio, cuando brilló fue uno de los torneos más trascendentes de la era moderna y él fue protagonista casi excluyente.
Al Químico todavía le quedaba una reflexión sobre Salcedo.
—Yo dije que no me gustaba mucho, pero comparado con los que tenemos ahora, fue como haber tenido a Éric Cantona.

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