En caída libre
#22 | Liga Profesional 2024, fecha 5: Otra noche negra, esta vez como local. Ya sin Larriera en el banco, contra Instituto el equipo logró lo que parecía imposible: jugar peor que la semana pasada.
Cuando volvía del Monumento la tarde del miércoles 19 de junio de 2013, agarré por calle Rioja y pasé por la puerta de la librería de mi amigo Sebastián, que es hincha de Central. Juro que no fue a propósito. Se dio porque quise evitar la peatonal, que a eso de las 7 todavía era un quilombo de gente. Rioja también, pero un poco menos. No debe haber sido un día de trabajo fácil para Sebastián; desde las 15.52, cuando Lousteau dio por terminados los 45 minutos pendientes entre Lanús y Estudiantes, las calles de la ciudad se llenaron de hinchas de Newell’s celebrando un nuevo campeonato. Quizás pensó no abrir su librería, que queda a cuatro cuadras del Monumento, epicentro de cualquier festejo en Rosario, pero lo hizo igual. Nunca debe haber pasado tanta gente en una sola tarde por adelante de su vidriera, tanta gente sin ningún interés en un libro en esas circunstancias. En el momento en que pasé yo, justo él había salido a bajar las persianas. Nos saludamos con una efusividad proporcional al tiempo que hacía que no nos veíamos y una cautela acorde al momento. Él supo de entrada la razón de mi presencia por esa zona y a mí no me gusta patear al caído (Central estaba terminando su estadía de tres años en la B). Me felicitó, me preguntó en qué andaba, me contó cómo había sobrellevado la tarde. “Me siento como un hincha de Gimnasia”, confesó.
Once años después, el que se siente como un hincha de Gimnasia soy yo.
La indolencia del pasado reciente nos trajo a este presente desolador y, si no encontramos a un técnico que enderece el rumbo (creí que podía ser Coria pero no), podemos terminar en un futuro distópico tipo Mad Max. Y si la estética va a ser esa, para mí el indicado es Sebastián Méndez: tiene la cara de loco que hace falta. El periodista Hernán Cabrera dice que el sábado a la tarde se junta con los dirigentes. Veremos cómo termina la novela.
Jugadoooores…
Lo que no se dio contra Banfield porque jugamos de visitante, ocurrió contra Instituto de local: en menos de diez minutos arrancó la melodía de Bonnie Tyler y fue la banda de sonido del partido. Para un grupo de personas con evidentes problemas de estabilidad emocional, no debe ser fácil recibir hostigamientos constantes. Esto cabe tanto para los jugadores como para los hinchas: en un caso el hostigamiento se recibe en forma de insulto, en el otro en forma de retroceso defensivo torpe y descoordinado. El primero de Instituto es el mismo gol que nos vienen haciendo desde aquel 0-4 contra Racing que cortó la racha triunfal de cuatro partidos al hilo en el arranque del año, en el lejano febrero pre Miami: en un avance nuestro, un rival la intercepta y en tres pases largos ya queda uno mano a mano con el arquero.
La defensa de Newell’s son estos pibes brasileros que se convirtieron en meme.
Al paraguayo Velázquez lo convocaron de su selección para jugar la Copa América y el elegido para reemplazarlo fue el juvenil Tomás Jacob. Pobre, es muy probable que en dos partidos haya sentenciado su futuro en el club. Y encima Glavinovich no ayuda. Cuando debutó me entusiasmé (tal vez demasiado), lo vi sólido en la marca, valiente para salir jugando y con buena técnica, hoy parece un improvisado. Como tienen 20 y 22 años respectivamente, pienso que todavía están a tiempo de mejorar, sumar confianza, consolidarse en el puesto, que a lo mejor convenga llevarlos de a poco, no precipitarlos en primera siendo tan jóvenes; hasta que me acuerdo que Gamboa tenía 19 años y Pochettino 18 cuando Bielsa los puso como dupla central titular en el Apertura 1990.
Pero la culpa no es de los jugadores, son apenas un síntoma de la degradación institucional sostenida, que, entre otras desgracias, fue transformando las inferiores modelo de Griffa en esto que vemos hoy. Un resumen posible de la deriva penosa que es Newell’s puede resumirse en el segundo gol de Instituto.
Estos dieciocho segundos son un compendio triste de nuestra realidad. Además del arquero Hoyos, otros cinco jugadores rojinegros completan la escena. Hay que abstraerse de la jugada y prestar atención a los movimientos individuales de cada uno de ellos. Empecemos por el 5, el Pitbull Fernández Cedrés, que llega al trotecito cansino como un Basset hound y se ubica al borde del área grande como espectador. El indultado Franco Díaz, el 15, sigue el ejemplo de su compañero y se queda quieto para ver al detalle cómo evoluciona la jugada justo en el momento en que el delantero Santiago Rodríguez le pasa por al lado; tal vez prefiere no interrumpir la pirueta de Leonel Vangioni, que primero intenta taparlo con su pierna y luego se zambulle en una palomita inexplicable. Se incorpora y se suma a mirar junto a Díaz y Fernández Cedrés. Liberado de obstáculos, Rodríguez abre hacia la derecha para Lodico que entra solo y recién ahí se activa Glavinovich. Por supuesto, queda a tres metros de distancia del rival y no puede evitar el centro atrás para Ignacio Russo, que en apariencia parece estar controlado por Jacob. Sólo en apariencia.
En el instante previo al remate que terminó en la red, además de Russo, había otros tres jugadores de Instituto de frente a Hoyos sin ningún tipo de interferencia de parte de nuestros defensores. Como bien apunta mi sobrino mientras me mira escribir esta reseña: “¿por qué no cortás y pegás la de la semana pasada, si total es lo mismo?”.
You'll Never Walk Alone
Esta nueva derrota se hizo más llevadera en compañía de otros sufrientes (como cantan los hinchas del Liverpool en el estribillo de su emotivo himno, “Sigue, sigue, con esperanza en tu corazón, y nunca caminarás solo, nunca caminarás solo”): el jueves por la noche me encontró en un asado a dos pantallas en simultáneo con Matías Bauso, él padeciendo el partido de su Racing y yo el de Newell’s. Consumado el 0-2 en ambos televisores, recibimos el consuelo de otro amigo, incondicional en ocasiones así: Jack Daniels.