El Pibe diez
#9 | Copa de la Liga 2024, fecha 9: Exhibición de Éver Banega contra Tigre. A sus 35 años, sin dudas, es el mejor jugador del fútbol argentino.

La toca Banega y es otra cosa. Cada pelota que pasa por sus pies ilumina el juego, le da sentido a que uno esté mirando el partido. Es cierto que los hinchas los miramos todos, siempre, así jueguen Ribair Rodríguez y Guanini, pero que Éver Maximiliano David Banega esté dentro de la cancha es un estímulo extra, un premio por tantos paquetes con la camiseta rojinegra que nos tocó padecer. Contra Tigre, de nuevo, fue un 10, sobre todo en el segundo tiempo.
En Twitter sigo la cuenta de FútbolScan y los datos estadísticos que relevaron del partido de Banega hablan por sí solos, fue el más efectivo en todo: en toques, en duelos ganados, en recuperaciones, en chances creadas, en pases al campo rival, en pases al último tercio, en pases largos precisos. Yo estoy cada día más chicato y ya casi no distingo a los jugadores en la cancha; a excepción del hercúleo Armando Méndez, de apariencia física son más o menos todos iguales, flaquitos y con el mismo corte de pelo, tal vez se destaquen un poco Velázquez (por feo) o los rubios May, Schor y Ángelo Martino (a Ramírez también es fácil reconocerlo, no tanto por colorado como por ser el que mete los goles), pero Banega es inconfundible: es el que nunca se equivoca.
Dos digresiones.
La primera, qué pena (por nosotros y por ellos) que Brian Aguirre y Panchito González estén en un nivel tan bajo, sobre todo Aguirre: podrían divertirse muchísimo jugando al lado de Éver, un tipo que les da pases precisos, bien orientados, con la velocidad justa, al espacio o al pie, dependiendo lo que pida la jugada. Se van a lamentar por desaprovechar esta oportunidad, la historia del fútbol mundial está llena de casos de jugadores comunes que dieron un salto de calidad en sus carreras y explotaron gracias a un asistidor perfecto. No sean pánfilos, todavía están a tiempo.
La segunda, qué hijos de puta Rey Hilfer y Silvio Trucco, que nos privaron a Banega del clásico por haberlo expulsado contra Estudiantes. Hace 18 días, en la reseña de aquel partido, dije que la jugada me parecía expulsión, que lo discutible e indignante era la doble vara del árbitro, que no había sancionado con la misma severidad un foul más grave de José Sosa contra el paraguayo Velázquez. Bueno, es evidente que estaba equivocado: los árbitros no expulsan a nadie por jugadas así, ni acá ni en Norteamérica: la plancha de Domínguez contra Marcone en Barracas Central - Independiente fue tarjeta amarilla, también la de Medina contra Pardo en Unión - Boca, ¡y la de Macnaughton contra Messi en Nashville - Inter Miami ni siquiera mereció sanción!
La importancia de tener un 9 además de un 10
El Colorado Ramírez es más que un 9, es un 99. Es como decían algunos apenas llegó: a veces parece desconectado pero en cualquier momento la emboca. Así fue contra Tigre. Venía de desperdiciar una ocasión inmejorable en el minuto 43, una jugada en la que muchos pidieron penal pero a mí no me pareció (ahora la busco para repasarla y veo que no está incluida en ningún resumen, lo que activa mi sensibilidad conspiranoide y me lleva a pensar que hay un contubernio entre la AFA y las señales de televisión para excluirla adrede, ocultarla, y evitar así el escrutinio del hincha porque efectivamente era penal), al ratito corrige la dirección de un tiro de lejos de Martino que se iba a afuera y convierte. Pero no es que le salió de casualidad, vio cómo empezó a moverse la pelota después del lateral-centro de Méndez y se ubicó en el lugar exacto, al acecho, esperando por las dudas en la puerta del área chica, distanciado del arquero y los defensores.
Seis goles en nueve partidos para el uruguayo. Cada vez que facturó, ganamos.
La paradoja de Larriera
En la conferencia de prensa posterior al partido pasado contra San Lorenzo, la noche que se enojó y dijo que estaba cansado de ser un caballero, también dijo que lo fastidió mucho que haya habido tres goles en los últimos minutos del primer tiempo: “Nosotros siempre tenemos como una orden, cuando faltan cinco minutos se comunican los muchachos entre ellos porque, si no pasó nada hasta ahí, no tiene que pasar nada, ¡y hubo tres goles! Está bárbaro que hayamos empatado pero pasaron cosas, pasaron cosas”. El hincha agradece la precaución de los últimos minutos porque es una sensación muy desagradable perder un partido sobre el final, sin embargo hay una paradoja entre esa convicción que tiene nuestro director técnico y los cambios que realiza cuando se acerca el final.
El razonamiento lógico nos invita a deducir que las cosas que no pasaron hasta el minuto 40 del segundo tiempo son una consencuencia de las condiciones materiales en que se estuvo desarrollando el partido hasta ese momento, es decir: el equipo viene jugando de una manera tal que le impide al rival torcer el rumbo de los acontecimientos. Pero el modo de jugar del equipo tiene relación directa con los jugadores que están en cancha en ese momento, ya sea por calidad de nombre propio o por característica de juego. Entonces, si faltando siete minutos reemplazás a Banega y a Ramírez por Cacciabue y May, ya la cosa cambia, no se puede garantizar que no pase nada si sale de la cancha el tipo que puede tener la pelota y aguantarla lejos del área.
Entiendo que lo de May es para presionar con pierna fresca en la salida y que lo de Banega sea temor a una lesión por sobreexigencia porque no hizo la pretemporada con el plantel, pero esos cambios son una renuncia explícita a pasar la mitad de cancha los últimos diez minutos (los cinco reglamentarios más lo que adiciona el árbitro). Y cuando no se pasa la mitad de cancha, el rival se ve tentado a cambiar el resultado de atropellada, a llenar el área de gente, a tirar centros, y en cualquier pelotazo fortuito te pueden empatar el partido. Como esta versión de Tigre es bastante pobre e inofensiva, no pasó nada. Pero no era necesario habilitarles esa chance. Me hiciste sufrir al pedo, Larriera. Sabelo.
El once inicial de la Fecha 9: Newell’s 1 - Tigre 0
