De la mano del Loco Bielsa (parte 1)
#31 | Primer tramo del maratón frenético de partidos que nos terminó llevando a la gloria (casi completa) en julio de 1992.

El campeonato de 1992 fue distinto a todos. Fue el campeonato del temperamento inquebrantable, el logro de un equipo que ganaba en las difíciles, una formación hecha a imagen y semejanza de Marcelo Bielsa.
No venía muy derecha la cosa, habíamos jugado un Clausura ’91 apenas aceptable, luego disimulado por el gran triunfo del 9 de julio en cancha de Boca, y un Apertura pésimo, donde estuvimos a punto de entrar últimos (sólo zafamos por el repunte en las últimas siete fechas sin derrotas).
En el siguiente semestre, toda la expectativa estaba puesta en la Copa Libertadores, en donde nos tocaba disputar una inusual zona de cinco, con San Lorenzo y tres equipos chilenos (Universidad Católica, Coquimbo y Colo Colo, que había renunciado a su derecho como campeón de ingresar en instancias finales). El torneo local aparecía como un compromiso a cumplir, incluso hasta una molestia.
Sin embargo, jugar los dos torneos en simultáneo a veces produce una realimentación positiva, los jugadores tienen más oportunidades de tomar ritmo y mostrarse, el entrenador puede ensayar más variantes y la hinchada tiene lo que quiere: más cantidad de partidos.
El plantel con el que Newell’s afrontó ambas competencias fue prácticamente el mismo que ya tenía, a sola excepción de Alfredo Mendoza, que reemplazó al lesionado Cristian Ruffini, y Lukas Tudor Bakulic (un jugador que se había destacado en Universidad Católica y de buen paso por el fútbol suizo), quien ya había llegado el torneo anterior para ocupar el lugar que había dejado Ariel Boldrini. El paraguayo fue una gran incorporación, no así el chileno. Otra novedad fue el retorno de Juan José Rossi.
La maratón arrancó un sábado por la noche, el 22 de febrero, con fiesta; recibimos al Quilmes de Trullet y ganamos 2 a 0 con goles del Pájaro Domizzi y Mendoza.
Nada hacía prever que cuatro días después, el miércoles 26, en el comienzo como locales por Copa Libertadores perderíamos 6 a 0 con San Lorenzo. Probablemente haya sido mi peor noche como hincha en la cancha de Newell’s, jugamos con todos los titulares (Scoponi; Saldaña, Gamboa, Pochettino y Berizzo; Llop, Martino y Rossi; Zamora, Domizzi y Mendoza) y no salió absolutamente nada bien.
El sábado siguiente, con esa derrota lacerante a cuestas y un equipo mezclado entre titulares y suplentes, nos tocó ir a Santa Fe y nos trajimos un 0 a 0 reparador.
Pero el problema era que el martes teníamos que jugar otra vez por Copa, contra el ignoto Coquimbo Unido. Recuerdo que Ramírez, un compañero de trabajo de entonces (todavía herido por el campeonato que les ganamos a los xeneizes) me preguntaba insidiosamente cómo nos arreglaríamos para volver de la paliza que habíamos recibido. Yo le decía, ante sus comentarios ácidos, que lo único que necesitaba el equipo era más combate en el medio y que eso lo aportaría el juvenil Berti.
Creer o reventar, al menos me gané unos días de respeto: Alfredo Jesús Berti fue titular y marcó a los diez minutos el primero de los tres goles con los que ganamos claramente frente a los chilenos. Esa noche invité por primera vez a mi novia a la cancha. Vimos el partido desde la platea de la visera y salió bastante satisfecha por el espectáculo, pero me dijo que faltaba un relator que le cuente al público lo que iba pasando.
Ese mismo viernes volvíamos a jugar en casa, esta vez con Colo Colo (que lo tenía a Claudio Borghi en su formación). Esta vez arrancamos con un golazo del paraguayo Mendoza —tras un centro de Zamora— a los 7 segundos de juego. Después nos empataron y lo terminamos ganando 3 a 1 con solvencia. El equipo había pasado en nueve días de ser una catástrofe a una formación sólida.
El siguiente problema era que el calendario nos marcaba dos partidos en días consecutivos: el domingo por campeonato como locales y el lunes por Copa como visitantes. Según las crónicas de la época, se intentó modificar la fecha del encuentro doméstico, pero el rival fue inflexible, de modo que se cumplieron ambos fixtures a rajatabla.
Así como la noche de San Lorenzo está entre los peores recuerdos, lo que siguió fue una de las secuencias más memorables del Newell’s de la era moderna. El domingo por la tarde, salimos a jugar en nuestra cancha con Romero; Fullana, D’Agostino, Stachiotti y Cerro; Garfagnoli, Llop y Rossi; Cristian Roldán, Domizzi y el Pampa Bihurriet. Al día siguiente por la noche, en Santiago de Chile formamos con Scoponi; Raggio, Llop, Pochettino y Berizzo; Saldaña, Berti y Martino; Zamora, Domizzi y Mendoza.
El partido del lunes lo empatamos 1 a 1 contra Universidad Católica con goles del Coke Contreras para ellos y del Yaya Rossi para nosotros. El del domingo lo ganamos 1 a 0 contra Rosario Central, con gol de cabeza del Pájaro Domizzi, un anticipo perfecto en el primer palo ante la mirada estática del Patón Bauza, que esa tarde calurosa del verano del ‘92 jugó su último partido como futbolista profesional.

El domingo siguiente le ganamos a Racing 1 a 0 en Avellaneda con un gol de Ricardo Lunari y lo mismo hicimos la fecha siguiente con Gimnasia, esta vez con gol del Toto Berizzo de penal.
Pero no teníamos tiempo de festejar nada porque entresemana debíamos volver a jugar contra el temible San Lorenzo por Copa Libertadores. Esta vez, como visitantes, nos tomamos desquite y les ganamos 1 a 0 con gol del Negro Zamora. Eso fue un miércoles en Buenos Aires y dos días después estábamos jugando en Córdoba por la sexta fecha del Clausura contra Belgrano, donde ganamos 3 a 1 con goles de Martino, Saldaña y Pochettino.
Por esos meses había un par de hits que no paraban de sonar en la radio: Emotions, del exitoso segundo disco de Mariah Carey y Losing my Religion, de Out of Time de R.E.M. Al mismo tiempo estaban en cartel Thelma & Louise, de Ridley Scott, un intenso western feminista con un argumento medio endeble pero buena música, y Cabo de miedo, la remake de Martin Scorsese con Robert de Niro en el papel de malvado que originalmente había hecho Robert Mitchum (donde, igualmente, no alcanzaba el nivel superlativo de maldad de La noche del cazador). A las librerías habían llegado casi simultáneamente El palacio de la Luna y La música del azar, dos extraordinarias novelas del período más fructífero de Paul Auster.
Pero nosotros no queríamos escuchar música, ni mirar películas, ni tampoco malgastar el tiempo leyendo. Toda nuestra atención estaba puesta en el fútbol. Estaba terminando marzo y en menos de cuarenta días ya teníamos once partidos encima. Habíamos empezado el semestre pensando en la Copa —donde nos encaminamos después de un arranque en falso— y de pronto también estábamos punteros en el campeonato. Todavía faltaba mucho.
PD 1: A propósito del gol de Mendoza contra Colo Colo a los 7 segundos: fue el segundo gol más rápido en la historia de la Copa Libertadores, pero todas las reseñas de la época coinciden en que ocurrió al minuto de juego. Esa convención insólita de los medios gráficos y las estadísticas futboleras —que desconozco si continua en la actualidad— aceptaba fraccionar el tiempo considerando al minuto como la mínima unidad de medida. Pero no lo hacía considerando la parte entera y truncando la mantisa, sino que apelaba a un criterio que podría enunciarse como “el gol ocurrió durante el primer minuto de juego”, algo similar al método que utilizan los japoneses para contar la edad de los niños (que ya tienen un año al nacer, porque están viviendo su primer año). Volviendo al fútbol, en un juego cuya principal virtud es la fluidez —cuando la tiene— pretender trozar el tiempo en minutos es conspirar contra su esencia. En el fútbol, como en la vida, pueden ocurrir milagros en instantes: en el partido con Gimnasia en 2004, por ejemplo, el Pepi Zapata cruzó una pelota en área propia y 14 segundos después el Guille Marino convirtió el segundo gol que nos encaminó al título.
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