Newell’s itinerante
#16 | Un relato de Gustavo Báez sobre el seguimiento exhaustivo de los hinchas a los jugadores que alguna vez pasaron por el club.
—¿Cómo se llama el mejor asador de tu división de la secundaria? —me preguntó Petete en voz lo suficientemente alta como para que escuchen todos.
—Kuznitsky —le respondí sin cuestionarme el motivo de la extraña pregunta.
—En la mía era Schwartz, ¿no te das cuenta de la tendencia? —hizo una pausa grandilocuente antes de lanzar el remate—. Evidentemente, los paisanos son los mejores parrilleros. ¡Manzana, vos fuiste a la Hebraica, así que te toca!
—Dejame de joder con eso, que yo vivo en departamento. Háganlo ustedes como siempre —respondió Manzana desde el otro lado del quincho.
—Yo pensé que Leo Biagini iba a dar mucho más —irrumpió el Químico mientras intentaba abrir la bolsa de carbón con una sola mano para no tener que soltar la cerveza —cuando jugaba en juveniles daba dos años de ventaja y lo mismo se destacaba. Después lo vendimos al Atlético de Madrid y nunca terminó de arrancar. Te digo que es así porque yo he enganchado algunos de sus partidos por televisión para ver cómo andaba. Y mirá que en esa época era difícil porque de España pasaban uno o dos partidos por fecha nomás.
Efectivamente, Biagini tuvo un paso más que promisorio por los seleccionados juveniles de Pekerman, que coronó con el gol del campeonato a los brasileros en Qatar 1995. De la misma manera, en Newell’s mostró algunos momentos destacados pero sin terminar de afianzarse.
—Estoy de acuerdo, Biagini te dejaba con ganas —intervine mientras destapaba trabajosamente un vino con el sacacorchos de la Victorinox— En el 95, cuando todavía peleábamos el descenso, nos tocó de visitantes un lunes a la noche contra Banfield. Había poca gente en la cancha, hasta se escuchaban los diálogos de los jugadores. En un momento se escuchó un grito de Mamita Basualdo: “Leo, poné un poquito más”. Un rato después, ya en el segundo tiempo, Biagini agarró una pelota por la mitad de la cancha y se llevó todo a la rastra, sacó el tiro a la carrera desde afuera del área y con ese gol nos llevamos el partido. El tipo daba la sensación de tener todas las condiciones, pero las entregaba en dosis homeopáticas.
—Al final —remató el Químico— salió campeón con el Atlético, pero jugó cada vez menos y terminó siendo un suplente que le enseñaba cantitos de hinchada a los gallegos.
Petete no había intervenido en la conversación porque estaba muy entretenido tratando de embocar maníes en el vasito con escarbadientes que estaba en medio de la mesa, hasta que de pronto irrumpió con inesperada convicción.
—Yo le seguí toda la carrera a Rodrigo Rey y me parece que es un arquero que nos hubiera resuelto muchos problemas.
—Lo que pasa es que cuando estaba en la reserva los tenía adelante al Patón Guzmán y al Flaco Peratta —recordó Riganti—. Además, qué querés que te diga, no daba la impresión de que Rey pudiera llegar a ser Mazurkiewicz.
—Sin embargo —aportó Lucas con los ojos llenos de lágrimas por la cebolla que estaba picando— es para pensarlo. Desde que Rey debutó en Godoy Cruz, nosotros lo tuvimos a Ustari, a Unsain con 20 años, a Pocrnjic, Hoyos, D’Angelo, el Loco Ibáñez, Temperini, Aguerre, Macagno, Arboleda, Herrera, Morales, Barlasina, de nuevo Hoyos y de nuevo Macagno.
—A mí —ahora yo era el que jugaba una ficha— me pasó con Rotondi. Lo vi un par de veces en reserva y me pareció un jugador parejo, cumplidor. No es fácil conseguir zurdos que hagan la banda con criterio. Pero acá no le dieron ninguna oportunidad. Después lo encontré varias veces en equipos chilenos en partidos de Sudamericana y siempre andaba bien. En Defensa sí lo vi más seguido, y parece que no solamente yo, porque lo vendieron a México por bueno.
Otro caso de jugador que se desarrolló en otros clubes fue Jalil Elías. Lo hizo debutar como titular Lucas Bernardi en un partido contra Lanús, clasificatorio para Copa Sudamericana. Era un lunes por la noche, el día posterior al balotaje presidencial del año 2015, la ciudad del sur estaba tapizada con la cara del candidato perdedor. Lanús era el mejor posicionado y Newell’s el peor, por eso se jugaba allá. Nos ganaron caminando, el 2-1 fue un resultado engañoso. Fue uno de los poquitos partidos buenos de Denis Rodríguez, de esos que le valieron el pase a River. Esa noche Jalil jugó de marcador lateral derecho y, naturalmente, no agarró una. Sin embargo, después su carrera fue remontando, pasó a Godoy Cruz y le fue bien, en San Lorenzo jugó más de 100 partidos y se transformó en referente, ahora está peleando el puesto en un Vélez competitivo.
—Hay algo de morbo en ver cómo siguen en otros equipos los jugadores que no tuvieron muchas oportunidades en Newell’s, yo siempre trato de verlos —Manzana se mantenía a prudencial distancia de la parrilla—. Por ejemplo, para mí Genaro Rossi era el más parecido a Scocco, por eso traté de seguirlo en Chaco For Ever y después en Colón.
—Yo prefiero el original a la copia —respondió Lucas con un dejo de ironía—. A Nacho lo seguí en todos lados, vi los goles que hizo en México, en Grecia y en Brasil. Los que hizo en River están en todos lados y todavía los siguen pasando. Ahora estoy buscando por Youtube los que metió en Arabia. Son un poco más difíciles.
—Yo soy más de mirar a los muertos que nos sacamos de encima para asegurarme que no vuelvan —terció Petete—. El otro día jugaron Belgrano y Platense y estaba Compagnucci marcando al Pájaro Schor, una lucha de titanes. En una jugada tuvieron un forcejeo, me hubiera encantado ser el árbitro para sacarles tarjeta roja a los dos.
—Si es por muertos, los sembramos por todos lados —levantaba temperatura el Químico— Isnaldo, los mellizos Rodríguez, Muñoz, Mansilla, Varela, Orzán, el Kiwi Rivero, el Caballo Callegari. Llegan a un equipo, empiezan jugando, a los cuatro partidos ya están de suplentes y después desaparecen. ¡Todos muertos! Al lado de esos, el Chino Aquino es Tony Kross.
El último partido que jugó Stefano Callegari en Newell’s fue un cruce de play-off con Gimnasia por la Copa de la Superliga 2019, un torneo que la AFA inventó sobre la marcha para llenar huecos en el calendario. Nos estaban humillando en nuestra propia cancha, y el venezolano Jan Hurtado le tiró un sombrerito de taco a Callegari como si fuera Neymar. El partido estaba perdido, por lo que a nadie hubiera extrañado que Callegari le enterrara el botín en el hígado sin medir las consecuencias (de hecho, era lo que le pedían los hinchas más exaltados). Sin embargo, el defensor —que venía siendo titular desde hacía varios partidos— se bancó el lujo y siguió jugando los pocos minutos que quedaban. La lógica indicaba que era un acto inteligente: se ahorraba una expulsión que le hubiera costado varias fechas de suspensión y que, además, podría haberlo dejado fuera del primer equipo justo cuando estaba por asumir un nuevo técnico, algo similar a lo que le pasó a Juan Pablo Vojvoda cuando se fue Tito Rebottaro y vino el Ruso Ribolzi. Pero llegó Kudelka y no lo puso nunca más. Se quedó sin el puesto y sin poder meterle una buena torta al venezolano cancherito.
—De todas maneras —intervine mientras salaba la carne sin temor a la hipertensión— hay jugadores que, por distintas razones, te dan ganas de verlos. Uno es el Rayo Fértoli, desde que se fue de Newell’s pasó por todos equipos competitivos y siempre jugó: en San Lorenzo, en Racing, en Talleres, ahora en Huracán. Hace unos días leía un comentario en redes que justamente ponía a Fértoli como ejemplo de ese tipo de jugadores que no les gustan a los hinchas pero sí a los técnicos.
La carrera del Rayo Fértoli en Newell’s estuvo signada por destellos esperanzadores, como un gol a River en electrizante carrera para el 3-1, en uno de los pocos triunfos de Llop como técnico, y momentos de apatía desesperantes. Tal fue el caso de un partido contra Aldosivi en Mar del Plata en la época de don Omar De Felippe, una tarde en que perdemos 1-0 con gol en contra del payaso Bíttolo (payaso no es el apodo de Bíttolo, es una descripción de sus cualidades como futbolista). En la desgraciada jugada del gol, nuestro lateral izquierdo corre como loco en inferioridad numérica para terminar llevándose la pelota por delante al cerrar frente al arco. El plano largo de la televisión muestra que Fértoli, quien supuestamente era el otro jugador que cubría la banda izquierda, permanece toda la jugada parado en campo rival con los brazos en jarra. Esa tarde, no precisamente gloriosa para nuestro equipo, tuvimos una oportunidad para empatar en el segundo tiempo pero Zé Turbo no le pudo pegar bien.
—Yo lo quise seguir a Leyendeker, pero me duró cinco minutos —metió su gotita ácida Riganti—. En cambio con Fattori pasó al revés, acá jugó un partido y se rompió, y ahora, diez años después, es figura en Huracán.
Con la charla estaba quedando desatendido el fuego, así que me acerqué a la parrilla para apantallar un poco. Sin embargo, me vino a la cabeza un recuerdo que me distrajo de nuevo.
—Una noche me estaba por ir a dormir, era como la una de la mañana, hago un último zapping por los canales de deporte y me encuentro con un partido de la liga ecuatoriana. Jugaban dos cuadros de segunda línea en una cancha como la de Argentino de Rosario, cuando estaba por apagar veo que le tiran una pelota muy larga al 9. Lo enfocaron medio de costado pero le vi cara conocida. Y sí, era el Polaco Fydriszewski. No pude resistirme y me quedé la media hora que faltaba hasta el entretiempo: no tocó la pelota, exactamente como cuando estaba acá, siempre a contramano de la jugada. Insólitamente, a principios de este campeonato, escucho que San Lorenzo lo trae como refuerzo. Ahora lo colgaron por picar un penal.
—Miren el caso de Estigarribia —rescató Riganti del olvido—, que pasó por Newell’s como un jugador apenas correcto y después apareció jugando en la Juventus y en varios clubes de Italia. En la Copa América 2011 se cansó de humillarlo a Dani Alves, yo no lo podía creer.
—Hay una cosa que nadie está diciendo —ensayó Lucas, generalmente criterioso—, y es que si seguís un delantero, a Ponce ponele, más o menos te podés hacer una idea de cómo anda a partir de la estadística, que metió 8 goles, que metió 12 goles. Mal que mal te aparece en los resúmenes de ESPN. Lo más difícil es ver cómo andan los defensores o los volantes de quite. Ahí no tenés más remedio que mirar los partidos enteros. Yo veo todos los de Lisandro Martínez, y antes lo seguía todas las semanas a Ezequiel Garay.
—Yo lo sigo a Justo Giani, que es delantero, y tampoco nunca veo un gol —replicó Petete con sorna.
—En esta estoy con Lucas —agregué y volví a distraerme de la parrilla—, fíjense el caso de Miguel Torrén. Era un jugador promisorio, llegó bien a primera y después cayó en la volteada de esa camada que quemamos entre 2006 y 2007. Sin embargo, al otro año se fue a jugar a Cerro Porteño y no pasó papelones, lo vi varias veces en partidos de copas. Después lo compró Argentinos Juniors y jugó 350 partidos. Evidentemente, fue un desperdicio dejarlo ir.
El Químico, que cada tanto se jugaba la vida encendiendo el cigarrillo con el carbón en llamas, volvió a contragolpear.
—¿Y también lamentan que se hayan ido el Kichu Díaz, Nadalín, Acevedo y Ferracutti?
Lucas, que ahora lavaba la lechuga hoja por hoja con paciencia zen, respondió sin mirar.
—Ferracuti después de Newell’s se fue a Patronato. Después a Colón, a Sarmiento de Junín, a Guillermo Brown de Madryn, Maipú de Mendoza y últimamente San Martín de Tucumán.
—¿Le seguís la carrera a Ferracutti, tan obsesivo sos? —los ojos del Químico parecían salirse de las órbitas.
—No, yo trabajaba con el hermano y él me pasaba la información —respondió Lucas imperturbable, justo después de sacudir la última hoja de lechuga.