Gol de ustedes
#14 | El gordo Santiago, la revista El Gráfico, Librolandia, Di Chiazza, un tuit. El clásico y la amistad. Los años 80.
El Aguante nos quemó la cabeza. Al comienzo parecía simpático que hubiera un programa de televisión que mostrara la pasión de hinchas comunes por su club, que mirara el fútbol con los ojos puestos en las reacciones de la tribuna o, mejor dicho, desde la perspectiva de la gente sufriendo en la tribuna, como en la película de Discépolo de los 50 pero con la sofisticación audiovisual de los 90. Resultaba interesante, además, como contracara de Fútbol de Primera (aunque ambas producciones fueran de Torneos y Competencias), donde la presencia de Boca y River ocupaba más del 60 por ciento del tiempo: en El Aguante se veían todas las canchas, todas las hinchadas, todos los clásicos, incluidas las rivalidades entre clubes del Ascenso.
Parecía simpático hasta que se volvió impostura.
No recuerdo si fue enseguida o si pasó un tiempo, pero en un momento el programa dejó de ser un registro documental del comportamiento de un hincha promedio para empezar a moldearlo. Tampoco sé si habrá sido el propósito de quienes lo hacían o si terminó saliendo así porque sí, con el fanatismo potenciado ante la presencia de una cámara de televisión. Seguramente todos nos acordamos de alguna catarsis que nos causó gracia o ternura, mi preferida es la de un hincha de Racing que interpela a los de Independiente a corazón abierto: “para vos es fácil ser hincha del Rojo porque tenés buenos jugadores y salís campeón, ¿pero vos sabés lo que es que en tu equipo juegue Allegue?”.
Creo que todavía me causa gracia porque el nombre de Allegue me resultaba significativo. Después del seleccionado sub 16 de 1985 del hermano de Maradona, Redondo, Cáceres, Kuyumchoglu y Salaberry, empecé a prestarles atención a los juveniles, y en el de 1986 apareció un jugador de Newell’s entre los titulares: Fernando Andrés Gamboa, que compartía plantel con Alejandro Eliseo Allegue. Ese juvenil no clasificó al mundial de su categoría pero desde 1986 yo esperaba que debutara Gamboa en la primera de Newell’s para poder decir que ya lo conocía de antes, lo mismo me pasaba con Allegue, sólo que no sabía en qué equipo jugaba. El simple hecho de que hayan estado en una selección juvenil para mí los convertía en buenos jugadores, y si Gamboa claramente lo era, Allegue debería serlo también. Se ve que no, para ese hincha de Racing que le hablaba a la cámara en primer plano era un mérito conservar el amor a la camiseta a pesar de Allegue.
El problema con El Aguante, como decía, fue cuando la catarsis se volvió impostura y los hinchas empezaron a guionar y exagerar su pasión para verse como los fanáticos más excéntricos. Y entre la excentricidad y la pelotudez hay un límite muy finito. Tan finito que la pelotudez se hizo costumbre.
Cuando Maxi Rodríguez en abril de 2023 presentó su partido despedida, se generó una discusión insufrible entre algunos (demasiados) hinchas de Newell’s: “Todos mis amigos van a estar invitados. Más allá de los colores de la camiseta, yo soy muy amigo de Fideo, de Pocho y de Kily. Me gustaría que puedan estar compartiendo ese día. Que la gente de Newell’s los aplauda sería un mensaje impresionante”. Maxi sugirió que le gustaría que Di María, Lavezzi y el Kily González tuvieran un buen recibimiento y ahí saltaron los criados en la cultura de El Aguante: “Eeeeeefldkfldk sygvsooijkjks parlante putooooo eejasjjjjasee”.
Que Maxi invitara a la cancha a sus amigos de Central me hizo acordar a cuando yo lo invitaba al gordo Santiago.
Nos hicimos amigos en la primaria gracias al fútbol: ninguno de los dos jugaba bien y éramos de cuadros rivales, lo que compartíamos era la fascinación por todo lo que había alrededor. Conocíamos los nombres completos de cada jugador, la fecha de nacimiento, la altura, el peso y el día del debut. Al gordo también le gustaba relatar jugadas imaginarias, lo imitaba a Pablo Zaro y remarcaba la erre como él: siempre la quitaba Adelqui Mario Corrrrrrnaglia que se la pasaba a Omar Arrrrrnaldo Palma que lo habilitaba a Rrrrrraúl de la Cruz Chaparro. También se le había pegado “una barrrrrbaridad”, el latiguillo de Zaro, y lo usaba para todo.
—Gordo, ¿cómo está ese sánguche de jamón y queso?
—Una barrrrrrbaridad
—Santiaguito, ¿cómo te fue hoy en la escuela?
—Una barrrrrrbaridad
Nuestra mejor salida era ir a comprar Gráficos viejos a Librolandia, un compra-venta y canje de revistas y libros usados que quedaba en la esquina de 9 de Julio y Pueyrredón, en la ochava donde ahora hay una rotisería. De los Gráficos viejos recortábamos las fotos y hacíamos collages en pliegos de cartulina de 1 metro por 70 centímetros que después colgábamos en la pared. Siempre había festejos de jugadores con los pelos al viento y la boca diciendo gol, cruces enérgicos, gambetas elegantes, arqueros de espaldas volando (el que mejor se estiraba era Islas, a los otros la pelota les pasaba por arriba de la mano) y los triangulitos de la Tango en primer plano golpeando contra la red (o contra la mano de Islas). También nos gustaban las fotos de cabezazos por las caras que ponían los jugadores, y si tenían rulos como Ruggeri, Dezotti, Scalise, Abramovich o Barberón, mejor.

En el 86 mi papá empezó a trabajar en Newell’s y tuvo que dejar de ocupar uno de los cuatro asientos que habíamos sacado en la platea de la visera porque debía estar en la boletería con la venta de entradas, entonces nos dijo a mis dos hermanos y a mí que podíamos invitar a amigos para cubrir el hueco vacante. “Total, cualquier cosa que precisen, le piden a Di Chiazza”. Di Chiazza era un grandote que trabajaba con mi abuelo y que tenía su platea pegada a las nuestras. Era muy puteador y a nosotros nos daba risa. Un día contra Boca nos pasamos todo el partido contando la cantidad de vagones llenos que iba agregando entre “hijo de” y “puta” para insultarlo a Calabria. También nos divertía esperar a que llegara el entretiempo para que se levantara de su asiento y nos anunciara, siempre con las mismas palabras: “Bueno, me voy a echar una pishada. Ustedes quédense acá”. Pobre Di Chiazza, me contaron que se murió de un infarto en el 92 después de los veintiséis penales contra América de Cali. Y pobre el gordo Santiago cuando yo lo invitaba a la cancha y Di Chiazza se le sentaba al lado.
—¿Qué hacés, gordo, venís a ver al ballet del Parque?
—Más vale que tirés papelitos, gordo, mirá que si no les digo a todos que vos sos canayón.
—Correme el brazo, gordo, que esta platea no es para hinchas de Central.
Casi todo el torneo fui a la cancha con mi amigo de Central, incluso la última fecha, el 2 de mayo de 1987. Jugábamos de local contra Deportivo Italiano y a ellos les tocaba Temperley de visitante, como iban primeros con dos puntos de ventaja sobre nosotros debíamos ganar para forzar un desempate, por eso Di Chiazza fue con la radio y la tuvo todo el tiempo en la oreja. Newell´s iba uno a uno y Central perdía uno a cero. En el momento en que Palma empató de penal, Di Chiazza lo miró al gordo Santiago, y le acarició la cabeza.
—Gol de ustedes.
Genial, siempre un gusto leerte.