Crónica del diluvio
#23 | Cuando vio que Javier no llegaba a la cancha el domingo, su habitual compañero de tribuna —Guille Monsalve— se vistió de corresponsal y empezó a registrar los detalles de una noche diferente.

Qué partido, la puta madre. Llegamos sobre la hora. Para mi obsesiva compulsión por los horarios, típica de docente, eso significa entrar a la cancha en la última media hora antes del pitazo inicial. Ambos planteles todavía ocupaban el césped del Estadio Marcelo Bielsa y, aunque todo parecía transcurrir en los términos habituales, desde el mismo momento que cruzamos el control de entrada, las diferencias con partidos anteriores se hicieron palpables.
Entramos carnet en mano, sin apoyarlo en el lector. “¿Para que mierda habré pagado la cuota?”, se preguntó uno con casaca Luanvi alternativa, color negra, medio gastada y que daba a entender que el susodicho —hoy panzón— en algún tiempo la había lucido fina y coqueta en una esbelta figura. Trepamos la tribuna y el Boli me dice: “Están del otro lado los jugadores”. Hace muchos años, mientras la gente iba tomando su lugar en la cancha, había distracciones distintas a las de hoy. Si estabas en la platea, leías la revista Encuentro antes de cortarla en pedacitos para recibir al equipo con papelitos. Además, había un partido previo —el del campeonato de reserva—, y entonces llegar antes te permitía tratar de adivinar quién de esos pibes iba a ser de los buenos. La entrada en calor reemplazó esos rituales. Los equipos se despliegan en el campo de juego y repiten ejercicios diversos (casi todos hacen lo mismo), no hay nada más aburrido que ver un juego de pases (rondo le dicen los gallegos, loco para los argentinos) en un cuadrado más o menos grande donde no ponen un arco ni se hacen goles. La cosa es que en este partido, según mi hijo, los de Boca estaban en la mitad de la cancha que usualmente ocupan los nuestros, y esa, señores, es la segunda diferencia.
La tercera fue que, a los pocos minutos de iniciar el partido, no solo no nos hicieron un gol boludo en el que nuestros centrales se chocan entre ellos y un rival aparece por detrás para definir sin marca, sino que sucedió exactamente lo contrario. El baile de la selección a Brasil dejó la vara muy muy alta y a uno le encantaría que los de rojinegro hicieran treinta y tres pases seguidos para que, hartos de tanto toque, alguno la termine empujando al arco, pero, en el contexto de los últimos años, que nuestro arquero le pegue desde el área al campo contrario, que el 9 —que además lleva la 32 de Scocco— salte y se la primeree al central de ellos y habilite de cabeza a un compañero, que llamativamente ese compañero no esté en offside y que elija encarar y patear en el momento justo al lugar indicado, y que con solo tres toques abramos el marcador a los cuatro minutos, es al menos para pellizcarse.
Podríamos agregar que los nuestros peleaban como vikingos, que Banega (que ya venía insinuando en partidos anteriores) la tenía atada, que el equipo se mostraba armónicamente ordenado y que cuando la recuperaba salía disparado en busca del arco contrario. No nos pateaban al arco y, salvo por la desconfianza que nos producen nuestros defensores, no corríamos riesgos.
En los últimos cinco minutos del primer tiempo empezó el viento. Los de Boca querían llegar con el conocido juego de posiciones de los equipos de Gago, pero la pelota se desviaba por las ráfagas y terminaban dándosela a los de Ñubel. Ya en el descuento, un nuevo pelotazo de Keylor Navas a Charli González. El paraguayo la aguantó y le hicieron foul. Tiro libre desde la izquierda, ideal para un centro al area. El de atrás mío preguntó en voz alta con tono de súplica, de deseo, “¿y si le hacemos el segundo?”. Pateó Banega, cabezeó Lollo y la locura fue total. 2 a 0.
(Elipsis hasta llegar al momento clave. Obviemos los dos tiros nuestros en los palos y vayamos directo a Cavani frente a Navas, a punto de patear el penal).
El palo, la posterior atajada de nuestro arquero y el despeje de Martino (volvió una noche) que impidió a Boca ponerse a tiro, no hizo otra cosa que desatar la tormenta que se desató. En la popular del Palomar (¿cuando van a habilitar la bandeja?) muchísima gente intentó guarecerse debajo de la flamante tribuna, pero el agua era tanta que empezó a filtrarse por las hendijas de los bloques prearmados y terminó mojando más a los que estaban debajo que a quienes decidieron mantenerse a la intemperie.
La lluvia me impidió seguir con atención las alternativas del juego en los minutos posteriores al penal de Boca, así que no podría describir la forma en que el equipo se plantó a partir de ese momento. Además, la algarabía en la tribuna generó que se armara un pogo descomunal, cosa que mantuvo la temperatura de nuestros cuerpos pero, a mi edad (tengo 52), me obligó a prestar mayor atención al entorno para no terminar rodando por los escalones. Sin lentes y bajo una cortina de agua, solo percibía que de tanto en tanto los centros caían en el área nuestra (sobre el final, cada vez más) y, de alguna forma, imperceptible para mí, volvían hasta mitad la cancha. Algunas veces generaban contraataques pero los desperdiciamos. Mientras tanto, dos veces debí sacarme la camiseta para estrujarla y quitarle el agua.

Además de todas las cosas diferentes que ocurrieron, por supuesto, también se repitieron cosas a las que ya estamos acostumbrados. Aquellos dos tiros en los palos que nos impidieron vivir con tranquilidad el segundo tiempo, el penal de cada fecha que no nos cobraron —en esa jugada donde casi le arrancan un diente a Silvetti con un cortito a lo Karadagian— y el impresentable que le regalaron a Boquita.
Más allá de eso, y con la fe de los conversos, arrancó la Fabianeta.
No tiene detalles de lujo y se le notan los abollones de las pedradas recibidas. Todavía sostiene la ventanilla cerrada con un destornillador, pero ya le cambiaron las bujías, dos de las cuatro cubiertas y lo alinearon. Esperemos que al verano llegue bien paradito. Por ahora hay que pasar el invierno. Ponele.
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PD 2: Así como Guille Monsalve escribió esta crónica para el Newellsletter, un inglés hincha del Leeds viajó hasta Rosario y estuvo el domingo 30 en el estadio que lleva el nombre de su prócer más reciente para comportarse como un leproso más. Él lo dejó registrado en su canal de YouTube.
No leo ya crónicas y esta me la he bebido. Qué distinto cuando escribe un hincha!
Qué gran descubrimiento estáis siendo.