Carozo
#1 | Gustavo Raggio jugó 127 partidos en Newell's y metió 10 goles. Fue campeón con Bielsa en 1992 y, dos años después, un puntal para salvarnos del descenso con Castelli. Murió el martes 20.
Hará más o menos un año coincidí con Gustavo Raggio en la cola de la librería El Ateneo de la peatonal Córdoba. Yo estaba adelante de él. Compartimos la espera unos cuantos minutos porque los de la caja no eran muy expeditivos que digamos y demoraron un rato largo con las personas que estaban antes que nosotros. Dudé bastante si darme vuelta para decirle algo o no, pensé que a lo mejor podía establecer un modesto contacto visual y hacerle algún tipo de gesto cómplice sobre el tedio de la espera, luego mirarlo con cara de yo te conozco de algún lado y preguntarle si era quien yo creía que era. Pero me pareció muy forzado. Mejor directamente voy a los bifes y le hago un comentario sobre la final contra San Pablo y qué cagada que el referí nunca habilitó el cambio para que él entrara por Lunari y así poder ser parte de la tanda de penales. Dicen que era un especialista en la materia, que en inferiores nunca había errado uno y que por eso Bielsa confiaba en él. Además, en la definición eterna de la semifinal contra América de Cali ya había metido los dos que le tocó patear, el tercero de la serie de cinco y el octavo de la serie de uno (esa noche se patearon trece penales por equipo), el último de Newell’s antes de que el Gringo Scoponi se lo atajara a Maturana y pasáramos a la final. También se me ocurrió intentar el chiste de copiar la mueca insidiosa de Bernardi con el papelito del clásico que perdimos en Arroyito en 2014, yo tenía en la mano el libro que había comprado y la imitación era sencilla. Fui prudente y lo descarté enseguida.
Durante mis cavilaciones mantuve siempre la mirada hacia el frente y simulé que no me resultaba molesta la parsimonia de los cajeros para cobrarles a los de adelante. Hasta que se liberaron las dos cajas al mismo tiempo y avanzamos juntos. Cruzamos unas miradas breves para decidir quién iba hacia la derecha y quién hacia la izquierda y finalmente quedamos en la misma línea (yo de 2, él de 6). De nuevo me pregunté si decirle algo, de nuevo no lo hice. Tampoco me fijé qué libro se estaba llevando. En un momento él entrega su tarjeta de crédito para pagar y el de la caja le pregunta “¿documento?”. Esta es la mía: “Gustavo Daniel Raggio, un señor campeón”, dije en voz alta. Lo miré queriendo sonreir y sentí vergüenza. Supongo que él también habrá sentido vergüenza (ajena) pero igual asintió con la cabeza, como si agradeciera piadosamente la mención, y me contestó: “¿Cómo va, bien?”. Dije alguna otra boludez, después cada uno partió con su libro.
No se trata de contar mi anécdota con Raggio ni caer en el vicio insufrible del que se pone como protagonista de un obituario. Ante todo, porque un encuentro casual en la cola de una librería no califica como anécdota, es más bien uno de esos momentos normales e insípidos junto a Maradona que vivió Eduardo “Eddy” Di Vulba, el personaje de Peter Capusotto y sus videos que pasó treinta años con el Diego y no tiene nada para contar. Me acordé del episodio, justamente, porque no se trata de mí sino de la relación emocional inexplicable que tenemos los hinchas de fútbol con los jugadores que alguna vez nos hicieron felices en una cancha y hoy los vemos andando por la vida como perfectos desconocidos, seres anónimos cuyos nombres no les dicen nada a los que atienden la caja en una librería.
Sus años en Newell’s
Gustavo Daniel Raggio, Carozo, debutó en el equipo del Loco Bielsa que terminó prácticamente último en el Apertura 91 después de haber salido campeón en la Boca seis meses antes (desde sus comienzos ya se perfilaba ese Bielsa intenso que exprimía al máximo a sus planteles y pasaban de full a empty en muy poquito tiempo). Fue en un partido de visitante contra Quilmes por la segunda fecha del torneo, el 10 de septiembre de 1991, 1 a 0 arriba, uno de los pocos que ganamos durante el semestre. Jugó un par de minutos, entró a los 44 del segundo tiempo en reemplazo del Tata Martino, seguramente para aguantar el resultado.
Si uno revisa las formaciones durante las diecinueve fechas del torneo, se puede advertir que en esos meses se consolidó como el nuevo Fullana: compitió con él y se ganó el lugar de primer reemplazante polifuncional defensivo en la consideración del técnico. Fue suplente en ocho partidos (ingresó en cinco) y arrancó en nueve oportunidades como titular: en su primera vez, contra Ferro de local por la octava fecha, ya metió su primer gol.
De penal.
Con menos de 30 minutos en primera división, Bielsa lo había designado como pateador, lo que refuerza el lamento por lo ocurrido al año siguiente en la final de la Copa Libertadores contra San Pablo.
17 de julio de 1992, Estadio Morumbí, 43 minutos del segundo tiempo de la revancha de la final de la Copa Libertadores. San Pablo gana 1 a 0, Newell’s resiste y se encamina la definición por penales. Bielsa, ya expulsado, le indica a su ayudante de campo, Carlos Picerni, que haga entrar a Raggio. Aquí, la secuencia de ese momento.
1. Carozo Raggio está listo para ingresar por Ricardo Lunari. El comisario deportivo ya tiene el cartel en la mano, a la espera de que la pelota salga de la cancha.
2. En esa época, todavía estaba permitido que el arquero agarrara con la mano el pase atrás de sus defensores. En esos minutos Scoponi ya la recibió como cinco veces y saca largo y alto para que pase el tiempo. Cuando advierte que Raggio espera, uno de esos saques va directo al lateral.
3. Scoponi mira con cara de deber cumplido.
4. Cafú se dispone a hacer el lateral para San Pablo.
5. El juez de línea le señala el cambio al árbitro colombiano José Torres.
6. Raggio también le hace señas y le pide a Lunari que se acerque para salir.
7. El árbitro omite el cambio, habilita el lateral para San Pablo y la pelota no vuelve a salir de la cancha por el próximo minuto y medio, hasta el final del partido.
8. El pitazo final llega a los 45 minutos 32 segundos.
9. Los jugadores de ambos equipos se saludan y se preparan para los penales.
10. Raggio
11. se va
12. a las puteadas.
Otra puteada célebre
Newell’s anda a los tumbos en el Clausura 96 y navega en los últimos puestos de la tabla. En la cuarta fecha José Yudica ya había dejado de ser el técnico tras haber sido goleado por Lanús 4 a 1. Lo reemplazó Marito Zanabria, debutó con un triunfo ante el Boca de Bilardo, Maradona y Caniggia pero enseguida vuelven los malos resultados: en las ocho fechas siguientes, perdimos cuatro y empatamos cuatro. Y el 23 de junio, por la fecha 14, viene Central a Arroyito. Sí, viene, porque Newell’s estaba remodelando su estadio y éramos locales en cancha de Central.
Los diez jugadores de campo salieron a jugar con apósitos flexibles en la nariz, esos que dilatan las fosas nasales, mejoran la oxigenación del organismo durante la práctica deportiva y dicen que ayudan a rendir más y cansarse menos. No importa si es cierto o es un mito, lo elocuente es el mensaje: el equipo está preparado para correr y sacrificarse los 90 minutos.
No hizo falta porque el partido duró menos.
Iván Gabrich a los 27 del primer tiempo y Bruno Giménez a los 7 del segundo nos pusieron 2 a 0 arriba. El partido era un monólogo, cada pelota dividida quedaba en los pies de los jugadores de Newell’s. Hasta Damián Alejandro Manso, con su metro sesenta y cinco, sus 17 años y sus sesenta kilos, iba a trabar y ganaba: a los 18 minutos anticipó a Vitamina Sánchez en la mitad de la cancha y la pelota salió disparada hacia adelante, le rebotó a Petaco Carbonari, quedó servida para el tercero de Gabrich pero el defensor de Central quiso enmendar su desgracia y lo tacleó entrando al área. Penal y expulsión. Carozo Raggio pretende hacerse cargo y no puede porque desde la tribuna empiezan a tirar bombas de estruendo hacia el área donde se tiene que patear. Los hinchas de Central resuelven que es mejor forzar la suspensión del partido antes que recibir una goleada en contra. El árbitro Aníbal Hay lo da por terminado a los 64 minutos.
En medio de los festejos, un periodista de la televisión local se acerca a Gustavo Raggio y el capitán larga su exabrupto célebre: “Te dije en la semana que le íbamos a romper bien el culo a estos hijos de puta”.
Ese partido contra Central fue el antepenúltimo que jugó con la camiseta de Newell’s, el penúltimo fue contra River en el Monumental la fecha siguiente y el último contra Racing el sábado 13 de julio de 1996. Su muerte ocurrida el martes pasado, justo en la previa de un nuevo clásico, resignificó la frase y la convirtió en bandera. Sin embargo, yo prefiero no quedarme con ese Raggio que se desahogó en caliente sino con el tipo que asumió el liderazgo cuando se fueron Bielsa, Gamboa, Pochettino, Berizzo, Martino, Llop, Scoponi, el que fue referente del equipo del Profe Castelli que nos salvó del descenso en 1994. A los 24 años el Piojo Yudica lo designó capitán y llevó la cinta por dos temporadas. Le tocó ser líder en una época de mierda, el fin de la era Griffa y el comienzo de la autocracia decadente de Eduardo López como presidente. Los resultados fueron esquivos y eso frustró la renovación natural del plantel con jugadores del club, fue parte de unas camadas que no pudieron terminar de hacer pie en el club. Pienso en Beto Gallucci, en Castagno Suárez, en Caio Enría, en Miguel D’Agostino, en Kity Roldán, en Gonzalo Menéndez, en Pablo Lenci, en Jorge Priotti, en el Chino Aquino, en Jaimito Peralta, en el Mosquito Morales.
Prefiero no reducir a Carozo Raggio a esa frase porque nunca la reivindicó ni se jactó de haberla dicho, le habrá salido del alma porque era hincha de Newell’s y quería ganarle siempre a Central, pero no hacía demagogia ni vendía humo afuera de la cancha. Tampoco adentro. Era un jugador serio.